El celular en la escuela
Por pachy
  
Jueves, 03/11/2011
El celular, todo un analizador
Hace algunos años, en una inolvidable conferencia [I], el pedagogo Philippe Merieu esbozó una hipótesis muy valiosa, que además me interpeló en lo personal, por mi edad y condición de padre. El pedagogo sostuvo que lo que hoy separa a una persona de 40 años de un adolescente de 14, es decir, esa distancia generacional, es equivalente a lo que separaba a 7 generaciones hace un siglo. La cantidad e intensidad de cambios que se han vivido en los últimos 25 años arrojan una serie de problemas tan novedosos para los cuales parece no haber recetas previas.
Como evidencia ofreció un interrogante: ¿A qué edad hay que comprarle un celular a un chico?

El celular es todo un símbolo de esta época, objeto omnipresente, en todos lados, públicos y privados. Y en el caso de los adolescentes, estamos frente a la propia extensión de la mano, más precisamente del pulgar, una prótesis identitaria aunque también una brújula. Síntesis portátil de la cultura audiovisual que marca un nuevo latido en la sociedad, que conjuga velocidad y comunicación, musicaliza encuentros en cualquier rincón.

Y en la escuela el celular parece ocupar el lugar de la gran interrupción. De clases, explicaciones y también evaluaciones, asunto que amerita la elaboración de ciertas reglas que regulen su eso para lograr una mejor convivencia. Lo que puede ser atractivo es la irrupción del celular como buena excusa o mejor dicho, como interrupción de la manera habitual que tenemos de ver las cosas en la escuela. Propongo pensar al celular como un analizador, en el sentido de algo que puede poner al descubierto diversas tensiones o problemas de la relación pedagógica, que suelen ser anteriores a la aparición de este aparato. En la medida que nos permita analizar los porqué y los dónde de los desencuentros generacionales entre docentes y adolescentes, o si podemos hacer visibles los sentidos o sinsentidos de lo que ocurre en las aulas. Comparto una situación:

Hace unas semanas, en una capacitación que realicé con directivos y docentes de escuelas secundarias de una provincia patagónica, un directivo compartió una situación que ocurrió en su escuela. Al iniciar una clase el docente solicitó a sus alumnos que apagaran el celular. De inmediato una alumna le dijo que tenía que dejarlo encendido. El profesor comenzaba a ensayar su respuesta, que se vio interrumpida por esta alumna que, frente al evidente enojo del docente lanzó con rapidez su incontrastable explicación: es que tengo un bebé y está enfermo, por eso no puedo apagarlo!

Podríamos identificar muy diversas situaciones que el celular provoca en la vida cotidiana de las escuelas. Suele concentrar mucha energía el control de este aparato, en especial dentro del aula y en hora de clases. Y los modos de resolverlo son disímiles. Lo más frecuente es la prohibición aunque bien sabemos que eso a veces aumenta la tentación por navegar la trampa y la transgresión. Podríamos suponer que las diferentes y creativas regulaciones están en sintonía con la diversidad de culturas institucionales, con la forma de organizar la vida en cada escuela y en sus aulas. El amplio espectro de acciones va desde la sanción como única respuesta, canastos que ofician de estacionamiento para celulares (por horas, de media estadía o completa) aunque también el celular como recurso didáctico, con aplicaciones o programas para optimizar la enseñanza en el aula. [II]

A veces solemos confundirnos y caemos presas de una especie de celucentrismo, que concentra en este aparato el centro del problema eludiendo lo que parece importante discernir. Sabiendo de la complejidad que significa sostener una clase con adolescentes en esta época es más que necesario regular el uso del celular acordando pautas que se ajusten a cada contexto, siempre sujetas a renegociaciones futuras. Pero también hay una oportunidad, y es la posibilidad de ver al celular como acceso, a nuevos sujetos sociales en la escuela (la situación relatada daría cuenta de ello), a otras portaciones culturales, a nuevos recursos para la enseñanza y el aprendizaje[III], entre muchos otros.

Gramática escolar
El celular, aunque también las computadoras, y ni que hablar las netbooks [IV] alteran de manera importante el paisaje cotidiano de las escuelas. Es probable que algo de ello haya ocurrido con la calculadora en su momento, aunque sería más apropiado compararlo con el impacto y revolución que produjo el libro cuando entró en la escuela. Se trata de tecnologías que interpelan y perturban los cimientos sobre los que se construyen las relaciones pedagógicas en las escuelas.

Hay algo que se conoce como gramática escolar [V]y que permite explicar que es la escuela y porqué funciona de una manera y no de otra. Quiero decir que esta forma de ser de la escuela tiene que ver con una particular división del tiempo, de distribución del espacio, de los alumnos en las aulas, del uso de los objetos, del valor de las calificaciones escolares, del fraccionamiento del conocimiento en varias materias, entre otras cosas. Es una manera de organizar la escuela que se ha ido sedimentando a lo largo de los años, y es percibida como la única posible. Esta gramática escolar nos ayuda a entender porque existe tanta resistencia a los cambios. La idea de gramática se toma prestada porque nos recuerda a la forma de organizar la comunicación verbal. Más precisamente lo que se quiere decir es que cuando hablamos no estamos atentos a la gramática del lenguaje, del mismo modo que no somos conscientes de la gramática escolar cuando actuamos en las escuelas. Es decir, esas reglas no necesitan ser demasiado conocidas para poder operar eficazmente. Allí reside su mayor fortaleza, y en especial si necesitamos comprender la manera en que la escuela tiende a conservar y a reproducir el estado actual de las cosas. No se trata entonces tanto de un conservadurismo consciente sino más bien de hábitos y prácticas institucionales que no se ponen bajo sospecha y una poderosa creencia cultural que la escuela debe ser así y no de otra manera.

La gramática escolar pone en evidencia la dificultad de generar cambios en el territorio de la escuela. Dificultad que no significa imposibilidad, sino que nos advierte que los cambios deben darse acompañados de una serie de condiciones del contexto, de las instituciones y de las personas. Y que además en la escuela, así como en otros procesos culturales los cambios son más lentos que en otras esferas de la vida social. Y más aun cuando nuestro medioambiente está atravesado por el imperativo de la velocidad, el zapping y el consumo del llame ya!

Teniendo en cuenta lo antedicho es probable anticipar diversas formas de resistencias que se activan frente a todo tipo de cambio que intenta poner en cuestión o alterar el estado de cosas de las escuelas.

¿Escolarizar al celular?
En la historia del sistema educativo hemos sido testigos de una tendencia dominante a escolarizar algunas prácticas u objetos que por fuera de la escuela funcionan de otra manera. Probablemente aquella fuerza conservadora de la gramática escolar junto a ciertos modos de clasificar y ordenar, propios de la cultura escolar, constituyan dispositivos de encorsetamiento.

Es así como la escuela, como otras instituciones modernas, esta cruzada por una permanente tensión entre el cambio y la conservación. Que las cosas sean así o que puedan ser de otro modo. Si se escolarizan en clave conservadora, disciplinando todo aquello que ingresa para que se amolde al status quo, o arriesgarse a escolarizar en una versión más emancipadora, asumiendo los riesgos y la incomodidad de aquello que porta lo nuevo cuando entra sin tanto permiso, “jaqueando” ese “aquí siempre se hizo así”.

El ingreso de las computadoras en la escuela nos ayuda a ejemplificar esta disputa. En muchos casos, pasan a formar parte de lo que se denomina laboratorio de informática, pero se parecen mucho menos a un ámbito para explorar y ensayar un nuevo área de conocimiento, que a esos museos del se mira y no se toca cuando no del quien tiene la llave para entrar…

También podríamos pensar en el ingreso del teatro como espacio curricular en la escuela Su escolarización en clave conservadora se plasma en las resistencias a reconocer el potencial y riqueza expresivos de este lenguaje artístico anteponiendo solo el valor utilitario para resolver mejor un acto patrio. [VI].

Judo pedagógico
En algunas artes marciales, y el judo es el caso que quiero destacar, es clave aprovechar la fuerza física del otro. De esa habilidad técnica depende gran parte de la eficacia del luchador.

En una escena de la película “Entre los Muros” (Francia, 2009) [VII]el profesor que protagoniza el filme, durante una clase les propone a sus alumnos que realicen sus autorretratos y como la materia es Lengua y Literatura les propone una narración individual. Uno de los alumnos, Souleymane, que siempre se ubica en el fondo del aula, se resiste a ser parte de las actividades de clase y una vez más desafía al docente, decide no participar de dicho ejercicio. La clase siguiente observamos al profesor en la puerta del aula mientras los alumnos van ingresando. Como cada vez, mientras los saluda, señala algunas pautas (quitarse los gorros, etc.), y advertimos que es testigo de ciertos detalles de un intercambio entre Souleymane y algunos compañeros, en torno a fotografías que este alumno muestra de su celular. En un momento de la clase recuperando esa escena se acerca a conversar con Souleymane, advierte su interés por estas fotos, le propone usarlas. Conecta el celular a una PC y frente a la sorpresa del alumno le pide que allí comience su autorretrato, imprime las fotos y las comparte con el resto de los compañeros, felicitando a Souleymane. Aliento que descoloca a un alumno habituado a reprimendas. El profesor aprovechó el celular y esas fotos como un puente, una posibilidad de encuentro con este alumno, para dar visibilidad a su autorretrato, para ofrecerle otra forma de aprender, para torcer lo que parece condicionado de antemano, más allá de los resultados que podrá obtener con esta estrategia.

Si logramos aprovechar la fuerza del otro para involucrarnos en su camino (y el otro en el nuestro) quizás podamos agregarle valor, o habilitar una llave de acceso a otros mundos que, por si solos nuestros alumnos o alumnas no visitarían.

En muchas situaciones desconociendo esta clave del judo solemos avanzar como con un escudo, oponernos tipo frontón, con los riesgos de la mutua agresión. O peor, estamos allí pero absolutamente ausentes, como quien solo ve pasar a los otros y al tiempo. Son versiones de la omnipotencia y de la dimisión, que no hacen más que alimentar (y aumentar) los monólogos yuxtapuestos y un estado de queja permanente.

A diferencia del judo, en nuestro caso no se trata de neutralizar y ganarle al otro aprovechando su fuerza, sino hacer uso de ella para vencer con el otro aquellas contiendas del no se puede, ampliando los límites de lo posible.


Fuente: Gabriel Brener
Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO).
Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas.
Ex director de escuela secundaria.Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.


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