Biógrafo de Steve Jobs habla de las obsesiones del hombre que le pidió contar su historia
Por sintesisdeprensa
  
Viernes, 14/10/2011
En 2004 Jobs le pidió que escribiera su biografía. El se negó. "Cuando te jubiles", le dijo. Luego se convenció de hacerlo, al saber que tenía cáncer. Para ello, habló con él más de 40 veces en dos años.

La historia de Steve Jobs es el mito de la creación en la revolución digital a gran escala: iniciar un negocio en el garaje de sus padres y transformarlo en la empresa más valiosa del mundo. El, en rigor, no inventó muchas cosas directamente, pero fue un maestro en combinar ideas, arte y tecnología, en maneras que repetidamente fueron creando el futuro.

El diseñó el Mac después de apreciar el poder de las interfaces gráficas de un modo que Xerox no fue capaz de hacer; y creó el iPod una vez que entendió la alegría de tener miles de canciones en el bolsillo de una manera que Sony, con todo sus activos y patrimonio, nunca pudo. Algunos líderes promueven la innovación, porque tienen una buena visión en conjunto. Otros lo hacen a través de los detalles. Jobs hizo ambas cosas, genialmente.

Como resultado, revolucionó seis industrias: los computadores personales, las películas animadas, la música, los teléfonos, las tabletas y las publicaciones digitales. Usted puede incluso agregar una séptima: el retail, que Jobs no llegó a revolucionar, pero repensó.

En el camino, no sólo creó productos transformadores, sino también, en su segundo intento, una compañía duradera, dotada con su ADN, llena de creativos diseñadores y audaces ingenieros que pudieron llevar adelante su visión.

Jobs así se convirtió en el mayor ejecutivo de negocios de nuestra era, uno que con certeza será recordado en un siglo después. La historia lo pondrá en el panteón, junto a Edison y Ford. Más que nadie en su tiempo, hizo productos completamente innovadores, combinando la belleza de la poesía con la potencia de los procesadores.

Con una ferocidad que hacía que trabajar con él fuera tan perturbador como inspirador, también construyó lo que se ha convertido, al menos durante septiembre, en la compañía más valiosa del mundo. Y fue capaz de infundir dentro de su código genético, la sensibilidad del diseño, el perfeccionismo y la imaginación que hicieron de Apple ahora e incluso en décadas posteriores, la empresa que mejor combina el arte y la tecnología.

A principios del verano de 2004, recibí una llamada de Jobs. Había sido intermitentemente amigable conmigo a través de los años, con ocasionales ráfagas de intensidad, en especial cuando estaba lanzando un nuevo producto que quería en la portada de Time o que apareciera en un programa de CNN, lugares donde yo trabajaba.

Pero ahora que ya no estaba en ninguno de esos lugares, no había escuchado mucho de él. Hablamos un poco sobre el Aspen Institute, al que recientemente había ingresado, y lo invité para dar una charla en nuestro campo de verano en Colorado. Dijo que estaría encantado de ir, pero no para estar en el escenario. En realidad, quería dar un paseo conmigo, para que pudiéramos hablar.

Eso me pareció un poco extraño. Yo no sabía que dar una larga caminata era su forma preferida para tener una conversación seria. Al final, me di cuenta de que quería que yo escribiera su biografía.

Yo había publicado recientemente una de Benjamin Franklin y estaba escribiendo una sobre Albert Einstein, y mi primera reacción fue preguntarle, medio en broma, si se consideraba el sucesor natural, en ese orden. Pensé que él todavía estaba en medio de una oscilante carrera, que aún tenía muchos altos y bajos por delante. No ahora, le dije. Tal vez en una década o dos, cuando te jubiles.

Pero luego me di cuenta de que me había llamado justo antes de que se operara de cáncer por primera vez. Mientras lo vi luchar contra la enfermedad, con una asombrosa intensidad, combinada con un increíble romanticismo emocional, me pareció muy atrayente, y me di cuenta cuán profundamente su personalidad estaba incrustada en los productos que creaba. Sus pasiones, demonios, deseos, su talento artístico, su maquiavélico talento, y su obsesión por el control estaban íntegramente ligados al enfoque de su negocio. Así que decidí intentar escribir su historia como el estudio de un caso de creatividad.

Su obsesión por el control
Lo que une la personalidad de Jobs con sus productos comienza con su característica más sobresaliente, su intensidad. Era evidente, incluso en los tiempos de la secundaria. En esa época, ya había comenzado con uno de sus eternos experimentos con dietas compulsivas -usualmente, sólo frutas y verduras- que lo hicieron tan delgado y firme como un galgo. Aprendió a mirar fijamente a la gente y perfeccionó los largos silencios interrumpidos por explosiones de habla rápida.

Esta intensidad estimuló una visión binaria del mundo. Sus colegas se referían a la dicotomía del héroe/villano: era uno u otro, a veces en el mismo día. Lo mismo valía para sus productos, ideas, incluso su comida. Las cosas eran "lo mejor del mundo" o apestaban. Era capaz de probar dos paltas, indistinguibles para los mortales corrientes, y declarar que una era la mejor que se hubiese cosechado, mientras la otra era incomible.

Se definía a sí mismo como un artista, lo que le generó una pasión por el diseño. En el inicio de la década de los 80, cuando estaba fabricando el primer Macintosh, no paraba de exigir que el proyecto fuera más "amigable", un concepto extraño para los ingenieros de hardware de la época. Su solución fue un Mac que evocara un rostro humano, y llegó a decir que la parte superior de la pantalla fuera delgada, para que no pareciera la cara de un Neanderthal con sus gruesas cejas.

Jobs comprendió intuitivamente las señales que emite un diseño adecuado. Cuando él y su compañero Jony Ive construían el primer iMac en 1998, Ive decidió que el computador debía tener una manilla en la parte superior. Este diseño lo haría parecer más lúdico que funcional. Se trataba de un computador de escritorio. No muchas personas lo cargarían de un lado para otro. Sin embargo, la manilla enviaba una señal de que usted no necesita tenerle miedo a la máquina, que podía tocarla y le obedecería. Los ingenieros la objetaron porque elevaría los costos, pero Jobs ordenó que se hiciera.

Su búsqueda por la perfección lo llevó a la obsesión por controlar todos los productos que hizo Apple. A la mayoría de los hackers y usuarios les gusta personalizar, modificar y conectar diferentes cosas en sus computadores. Para Jobs, esto era una amenaza en la experiencia sin interrupciones que debía tener el usuario.

Su primer socio, Steve Wozniak, un hacker nato, discordaba. El quería incluir ocho ranuras en el Apple II para que los usuarios pudieran insertar cualquier circuito pequeño y periférico que quisieran. Jobs aceptó a regañadientes. Pero unos años más tarde, cuando construía el Macintosh, lo hizo a su manera. No había ranuras extras o puertos e, incluso, usó tornillos especiales para que los aficionados no pudieran abrirlo y modificarlo. Debido a su obsesión por el control, le producía urticaria cuando imaginaba un gran software de Apple ejecutándose en los ruinosos hardware de otras compañías. Era también alérgico a la idea de aplicaciones o contenidos no aprobados, que contaminaran la perfección de un dispositivo de Apple.

Esta capacidad de integrar hardware, software y contenido en un sólo sistema diseñado por Apple le permitió imponer la simplicidad.

El astrónomo Johannes Kepler afirmó que "la naturaleza ama la simplicidad y la unidad".
También Steve Jobs. Esto lo llevó a decretar que el sistema operativo Macintosh no estaría disponible para ningún hardware de otra empresa. Microsoft seguía la estrategia opuesta, permitiendo que su sistema operativo Windows fuese promiscuamente licenciado. Esto no produjo computadores más elegantes, pero llevó a Microsoft a dominar el mundo de los sistemas operativos.

Después de que la participación de Apple en el mercado se redujera a menos del 5%, la estrategia de Microsoft fue declarada ganadora en el reino de la computación personal. En el largo plazo, sin embargo, el modelo de Jobs mostró algunas ventajas. Su insistencia por la integración le dio a Apple, en el inicio del siglo XXI, una ventaja en el desarrollo de la combinación digital, que le permitió a su computador de escritorio conectarse fácilmente a una variedad de dispositivos portátiles y manejar su contenido digital.

El iPod, por ejemplo, fue parte de un sistema cerrado y completamente integrado. Para usarlo, era preciso utilizar el software iTunes de Apple para descargar contenido de la iTunes Store. En consecuencia, el iPod, tal como el iPhone y el iPad que vinieron después, eran un deleite, a diferencia de los incómodos productos rivales, que no ofrecían una experiencia perfecta de principio a fin.

Para Jobs, la creencia de un enfoque integrado era un asunto de justicia.

"Nosotros no hacemos estas cosas porque seamos fanáticos del control", explicó.
"Lo hacemos porque queremos hacer grandes productos, porque nos preocupamos por el usuario y porque nos gusta tomar la responsabilidad de toda la experiencia, en lugar de fabricar la porquería que otros hacen".
También creía que estaba prestando un servicio a la gente.

"Ellos están muy atareados haciendo lo que mejor saben hacer y quieren que nosotros hagamos lo que mejor sabemos hacer. Sus vidas están muy ocupadas, y tienen mejores cosas que hacer que pensar en cómo integrar sus computadores y dispositivos".
En un mundo lleno de dispositivos inútiles, complejos software, mensajes de error incrustados en interfaces irritantes, la insistencia de Jobs en un enfoque simple e integrado lo llevó a crear productos sorprendentes, caracterizados por una experiencia de usuario amigable. Usar un producto de Apple podría ser tan sublime como un paseo por los jardines zen de Kyoto, algo que Jobs amaba. Pero ninguna de esas experiencias fue el resultado de la mística o de la iluminación divina. A veces, simplemente es bueno estar en manos de un maniático del control.

Hace unas semanas, visité por última vez a Jobs en su casa en Palo Alto. Se había mudado a una habitación del primer piso, porque estaba demasiado débil como para subir y bajar escaleras; estaba encogido producto del dolor, pero su mente seguía siendo fuerte y su humor vibrante. Hablamos de su infancia, y me dio algunas fotos de su padre y de su familia para la biografía.

Como escritor, yo estoy acostumbrado a mantener la distancia, pero fui golpeado por una ola de tristeza cuando traté de decirle adiós. Para tratar de ocultar mis emociones, le hice la única pregunta que aún me intrigaba. ¿Por qué se mostró tan dispuesto, en casi 50 entrevistas y conversaciones durante dos años, a abrirse tanto para un libro, cuando solía ser tan discreto?

"Yo quiero que mis hijos me conozcan", dijo.
"No siempre estuve ahí para ellos y quiero que ellos sepan por qué, que entiendan lo que hice".


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