Ucrania: la historia es una matrioshka
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rjdJueves, 24/02/2022
Putin nunca oculta su desprecio por el pasado comunista de su nación, aunque no deja de reconocer que el desmembramiento de la Unión Soviética constituyó "la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX".
En el siglo IX de nuestra era, lo que hoy es la ciudad de Kiev era una villa convenientemente ubicada en el entramado de caminos conocido globalmente como Ruta de la Seda, a través del cual, la Europa medieval comerciaba con Oriente. No es casualidad que fuera en ese sitio -cercano además al estratégico Mar Negro- que se fundó el primer imperio eslavo, Kievan Rus, origen común de lo que hoy son Rusia y Ucrania. Ahora bien, los fundadores de aquel imperio no fueron arios ni mongoles: fueron vikingos, venidos de Escandinavia, que por lo visto no sólo se dedicaban al pillaje, sino que también comprendían la importancia del comercio.
Rus.
Algunos de estos episodios son dramatizados en la serie "Vikingos", ambientada justo en esa época, que curiosamente coincide también en la unificación del Reino de Inglaterra. En toda la historia posterior, los hechos se entrelazan y ocultan como en una matrioshka.
Pasaron siglos antes del establecimiento de Moscú como capital de Rusia, pero es el día de hoy que los rusos aún reconocen a Kiev como su origen nacional: algo así como lo que ocurre con los judíos y Palestina. Rusia es un imperio inmenso, el país más extenso del mundo, que se extiende desde el este europeo hasta los confines de Asia, hasta limitar con Alaska, EEUU. Y, por cierto, los rusos tienen mucho más en común con los ucranianos que con los chechenos, tártaros y mongoles que pueblan sus extensas estepas.
Se ha criticado al actual presidente ruso, Vladimir Putin, por "ningunear" a los ucranianos como estado-nación. Según su discurso de este lunes, la Ucrania moderna no sería otra cosa que "una creación de Rusia, y más específicamente, de la Rusia bolchevique, comunista", un proceso que comenzó "inmediatamente después de la revolución de 1917" y en el cual Lenin y su gobierno resignaron en favor del nuevo estado soviético "partes del territorio histórico ruso".
Putin nunca oculta su desprecio por el pasado comunista de su nación, aunque no deja de reconocer que el desmembramiento de la Unión Soviética constituyó "la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX". El actual conflicto tiene directa relación con esta visión.
Complejo.
Hay un punto flaco en la visión del líder ruso, y es que no se hace cargo de casi mil años de historia, durante los cuales, es cierto, Ucrania fue cambiando de fronteras, de religión y de etnias. Durante todo este proceso, existió un cercano parentesco con Rusia, con la que comparten la religión Ortodoxa, y una gran similitud en sus idiomas, costumbres y hasta en la cocina. Pero la actual independencia ucraniana no se debe meramente a la torpeza de los líderes comunistas rusos: fue, por sobre todo, el resultado de un referéndum popular en el que la voluntad independentista triunfó con amplitud.
Tampoco es estrictamente cierto que la Unión Soviética favoreciera la autonomía ucraniana, al punto tal que su idioma nacional fue prohibido en las escuelas, algo así como por la misma época hizo Franco con el catalán, el vasco y otros idiomas regionales de España.
Los ucranianos podrán ser percibidos como "hermanos menores" por los rusos (algo así como lo que sienten algunos argentinos respecto a los uruguayos) pero lo cierto es que la identidad nacional ucraniana existe desde hace siglos, y bien que era irritante para los zares, ya desde el Medioevo. La realidad geográfica, en cambio, es más compleja. Partes de Ucrania han pertenecido por siglos al Imperio Ruso, pero también hay otras regiones que fueron parte del Imperio Austro-Húngaro, e incluso de Polonia y Lituania.
Al mismo tiempo, resulta innegable que en algunas regiones de la Ucrania actual existe una población que es étnica, lingüística y culturalmente rusa, y éste ha sido el justificativo para la anexión de la península de Crimea, y para el más reciente reconocimiento de las regiones separatistas del este ucraniano. Es exactamente el mismo argumento que emplea la muy democrática Inglaterra para defender a los kelpers de Malvinas, lo cual es un mero pretexto para mantener ese enclave colonial.
Soberbia.
Cómo hacen algunos países occidentales para convivir con estos dobles estándares es un misterio. Se critica a Rusia por su intolerancia para con los homosexuales, por la inequidad que sufren sus mujeres, o por el asesinato de opositores políticos... todas éstas, prácticas inveteradas en los Emiratos Árabes, con los cuales, sin embargo, EEUU mantiene una apasionada relación carnal.
Para seguir con los ejemplos cinematográficos, resulta notable cómo en varios filmes ("Lo que queda del día", "Munich en vísperas de una guerra") se resalta la actitud complaciente de los dirigentes occidentales, y en especial ingleses, hacia Alemania, adjudicándola a una supuesta ingenuidad. Según esta visión, el premier Chamberlain fue demasiado naif al suponer que Hitler respetaría la promesa de paz de 1938.
Hay otra visión posible.
También pudiera ser que esta actitud de la preguerra en los años treinta hacia Alemania -y, por qué no, la actual de 2022 hacia Rusia- se origine no en la ingenuidad, sino en la soberbia de las naciones occidentales más poderosas, y su subestimación del enemigo. ¿A quién se le ocurre que Rusia, el país más extenso, y uno de los más poderosos del mundo, iba a seguir tolerando el corrimiento de la OTAN hacia el Este? ¿Cuánto tiempo más de humillaciones, de falta de tacto y de ignorancia suponen que se podrían permitir?
No hay cómo ocultar la gravedad de la crisis actual. Ni tampoco, el hecho de que sólo podrá salirse de ella con talento político, creatividad diplomática, con estudio y conocimiento de las realidades con las que se lidia. Recursos éstos que, se ve, en los tiempos que corren son más escasos que el praseodimio.
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