SAGRADA FAMILIA
Por bienaventurados
  
Lunes, 27/12/2021
En el libro del Génesis se nos relata la creación de Adán y Eva, el primer matrimonio que Dios pensó para dar origen a la humanidad. El ser humano no se crea a sí mismo. Es Dios quien le ha dado su identidad, y unida a ella va su sexualidad, la de ser varón o ser mujer. Y de su unión matrimonial provienen los hijos, es decir, nace una familia. Si nos fijamos bien, toda la historia bíblica está jalonada de familias: la de Adán, la de Noé, la de Abraham, la de Jacob, la de Moisés, la de David. Y de la descendencia de este último procedió el Mesías, que es Jesús, cuyo nacimiento ocurrió también en el seno de una familia. Si bien la maternidad de María es virginal, fruto del Espíritu Santo, esto ocurrió cuando ya estaba desposada o comprometida con José. No era una mujer sola. Dios eligió también a José, que acepta el plan de Dios y al hijo engendrado milagrosamente, acepta recibir a María en su casa como esposa, y acepta ser el padre custodio de Jesús. Dios confirma la creación original de un modo extraordinario, mostrando que también en el plan de redención la familia tiene un papel original. Por eso la Iglesia no dudó en llamar a Jesús, José y María, la Sagrada Familia. Y hoy, domingo después de Navidad, la celebramos con solemnidad.
Después de décadas que lo muestran a diario, no hace falta decir que existe una fobia contra la familia, tal como la concibe la fe cristiana, es decir, según el plan creador y redentor de Dios. Y lo primero en ser destruido es lo primero que fue creado: el matrimonio y la familia. El ataque diabólico contra ella es constante y evidente. Primero fue el divorcio, y la aceptación de uniones sucesivas, que ya no se consideran adulterio. Luego las uniones contra-natura, también progresivamente aceptadas y homologadas por las leyes de occidente, a tal punto que hombres de Iglesia, como algunos obispos alemanes, dicen que hay que considerar normales las relaciones homosexuales, y que deberían bendecirse también. Lo último en la cadena es la detestable ideología de género que enseña que el sexo es elegible porque es fruto de la cultura heredada. Cuesta trabajo creer que haya gente que piense realmente esto, y que quiera vivir así, y pretenda además imponerlo a toda la sociedad. Ya lo han metido en los colegios. Esto tiene las características propias de una verdadera pérdida de la razón, y está convirtiendo la sociedad occidental en un verdadero manicomio: pero estos locos no están internados en un hospital para enfermos mentales, están sentados en los parlamentos o son maestros de escuela. Son locuras que han venido a ser lo políticamente correcto en los gobiernos. Es como si los médicos que dirigen un manicomio dialogaran con los enfermos y les dieran la razón, que es precisamente lo que han perdido. A todo esto se agrega desde hace más de medio la mentalidad anticonceptiva, difundida ya sin tapujos como solución a la densidad de población, pero cuyo único resultado es haber enfermado las mentes y los corazones de los que antes consideraban algo natural tener hijos, formar una familia, y poblar la tierra, y ahora sólo viven “en pareja”, paseando perros por las calles del barrio. La proliferación del aborto completa el cuadro con un verdadero holocausto universal.
Este desastre mundial, mucho más grave que el cambio climático, no parece formar parte de ningún alegato ecológico, es decir, que no se considera un desorden de la naturaleza que habría que arreglar, una pandemia que hay curar. Por el contrario, el mal se ha convertido en un bien que se debe custodiar como un progreso de la sociedad. Es el punto de llegada del relativismo que todo lo diluye, que todo lo confunde, que niega toda verdad objetiva, incluso la que muestra la misma naturaleza humana. Es la negación a todo “lo que viene dado”. Y a esto se llama libertad y derechos humanos. Pero se trata al final de hacer lo que a cada uno le da la gana y nada más.
Por supuesto, el único y gran enemigo de estas ideas y este modo de vivir, ha venido a ser el cristianismo, y más específicamente la Iglesia católica. Es la que enseña desde siempre el valor insustituible del matrimonio y la familia tal cual Dios los creó y los redimió. No le queda cosa por decir. Bastaría con releer el Catecismo Universal. Pero no son sólo palabras, sino hechos los que ponen de manifiesto la verdad. Y la celebración de la Navidad es el primero de todos. Nos habla de la Familia y con mayúscula, y por ello la celebramos en la iglesia y también en casa. Estamos ahora mismo continuando esa fiesta, ya que la Navidad no se celebra sólo un día sino una semana seguida, que se llama Octava de Navidad. Aquí comprendemos con renovado asombro que la familia no es algo solo natural sino sobrenatural. La Sagrada Familia queda constituida en torno a la figura del Hijo, que es Dios hecho hombre, y por eso señala a toda familia la perspectiva del cielo al que estamos destinados. La familia es precisamente el lugar donde se preparan sus miembros para la eternidad. Allí se vive el amor fiel y generoso de los padres. Allí se gesta la vida como un don de Dios. Allí se comprende, precisamente, que amor y vida van juntos. Allí se aprenden y pueden practicarse todas las virtudes humanas y cristianas. Allí aprenden los hijos a orar.
Mirando la familia de Belén se comprende la fidelidad conyugal, el amor a los hijos, la reverencia y respeto a los padres, y a los abuelos, que no hay que abandonar en su vejez. Allí cobramos ánimo y fortaleza para afrontar las exigencias muchas veces agotadoras y estresantes de la vida actual. Allí valoramos el tiempo para la conversación entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos, y para abrirse al resto de la familia, a los amigos, y a otras familias. También comprendemos el valor del silencio, y de cómo un hogar tiene que ser lugar de paz, de refugio seguro. El pesebre de Belén nos infunde amor de hogar, deseo de permanencia, no de dispersión y de huida, porque el propio hogar debe ser el mejor lugar del mundo. Del trabajo afuera se vuelve al hogar, que es más grande por dentro que por fuera, el lugar misterioso donde suceden las cosas más importantes de la vida, desde el nacer hasta el morir. La Sagrada Familia nos dice que es en la familia donde podemos hacernos santos. Nos dice que hay que empezar por casa, en vez de esperarlo todo de grandes cambios externos. También nos dice que hay que luchar y defenderse para no permitir el atropello de los que buscan destruir la familia, como hizo San José, según el evangelio de hoy, ante la amenaza de Herodes. Tuvieron que huir a Egipto. Jesús no entró en el mundo sin dificultades, la cruz se hizo presente enseguida. No hay ninguna familia que no padezca algún tipo de dificultad, a veces muchas. Pero el Señor las cuida, y todo lo encamina para el bien si nos dejamos guiar por Él. Ningún Herodes, ni aquel del siglo I ni los actuales, conseguirán desviar el plan de Dios. En efecto, la Sagrada Familia pudo volver a la Tierra Santa y reinstalarse en Nazaret. Jesús creció y desde allí saldría para llevar a término su obra salvadora.
Así como hemos acompañado a la Sagrada Familia hasta Belén, sigámosla en su huida a Egipto, en su exilio allí, siempre fieles a los designios de Dios, y luego en su vuelta a Nazaret. Allí, la casa de José volvió a ser el hogar estable. Belén y Egipto formaron parte de su historia, como lo son las mudanzas sucesivas de una familia, pero algo permanecía siempre: la fe en los designios de Dios, en su Providencia. El Niño estaba siempre allí: en el pesebre de Belén, en el exilio de Egipto y en el hogar de Nazaret. Sigamos contemplándolo, porque en cuanto dejamos de mirarlo todo se oscurece. La Luz viene del Niño Jesús. Que se encienda en nuestras casas, y se difunda en toda la sociedad. Que la Sagrada Familia nos proteja a todos.


Por bienaventurados