Privilegiados y parias en el reino de la justicia social
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marcopoloJueves, 20/10/2016
El indiscutible dominio cultural y político logrado por el peronismo se basa en casi una única idea que ha logrado imponer, con algo de real y bastante de mito. Se trata de la idea de que fue el introductor en la Argentina de la justicia social, asociado en aquella época con los derechos del trabajador.
Pasados 70 años de dominio populista, ya sea en versión peronista, radical e incluso militar, es fácil ver que si algo hay más distante de la justicia social y la igualdad es justamente el régimen laboral, en un grado tal como no debe haber otro ejemplo en el planeta. Si algo no tiene el ordenamiento jurídico del trabajo es justicia e igualdad.
En nuestro país existen cuatro segmentos de trabajadores marcadamente diferentes, con insolentes diferencias entre ellos en lo que hace a derechos y obligaciones.
En primer lugar, la elite de los trabajadores: los empleados públicos de planta, con un extravagante conjunto de privilegios que los ubica en el Olimpo desde donde miran, cuando se dignan, al resto de los trabajadores. Tienen en primer lugar una estabilidad laboral absoluta, increíblemente garantizada por la Constitución, como consecuencia de un pacto entre los políticos para asegurar que los amigos y ñoquis puestos por un gobierno no sean desplazados por el siguiente. Este es el origen de las capas geológicas que hoy conforman al Estado y del aumento constante del empleo público. Pero este privilegio no es de ningún modo el único. Una jornada laboral de muchas menos horas que los privados y un régimen de licencias extraordinario, a lo que se agrega la facilidad con la que puede abusarse de él. A estos privilegios legales se agregan por lo menos dos beneficios de hecho, de los que carecen el resto de los trabajadores: el estar fuera de peligro por las crisis económicas y la facilidad de ingreso, pues no se necesita más mérito que el de ser parte de la corte de los políticos que los nombra.
Notablemente, sobre todo para los que desarrollan la retórica del trabajo y la producción, este es el único sector laboral improductivo, que vive de la capacidad de producción del resto, de donde vienen los impuestos con que se les paga.
En segundo lugar está el sector de los trabajadores privados sindicalizados. Sin estabilidad laboral, pues en su lugar tienen un régimen indemnizatorio. Con jornadas laborables de más horas, tampoco poseen el amplio sistema de licencias de los anteriores. Del mismo modo, tienen la desventaja fáctica de estar sometidos a los vaivenes de la economía, a la suerte del empresario que los contrata y de depender de sus méritos para obtener o conservar sus empleos. En este grupo también existen algunas diferencias no menores, ligadas a diferentes estatutos por sector.
Más de un tercio de los trabajadores integran el tercer estamento laboral. Se trata de los trabajadores en negro, que virtualmente carecen de toda protección. No tienen régimen indemnizatorio, obra social ni aportes jubilatorios. También carecen de toda organización que los proteja, de modo que están librados individualmente a su buena suerte. En el régimen estamental del mundo del trabajo vendrían a ser algo así como los siervos del sistema.
Finalmente está ese variopinto mundo de los cuentapropistas, trabajadores a destajo, el más perverso régimen de trabajo, según el cual si no se produce no se cobra y se cobra según la producción. Carecen de toda protección, salvo la que ellos mismos puedan proveerse como monotributistas o pagándose una obra social.
Notablemente, la belicosidad de cada sector es directamente proporcional a su grado de protección. Los gremios estatales son los más activos y radicales en su accionar, seguidos de los privados sindicalizados. Los sectores más débiles y necesitados, en cambio, no figuran en el ranking de los luchadores por sus derechos.
Este sistema de castas laborales, lejos de ser puesto en cuestión por los trabajadores, es reproducido y reforzado por ellos mismos. Cada uno de los estamentos con capacidad, incluso impunidad, para luchar, tiene por objetivo exclusivo defender o aumentar sus privilegios sectoriales, aumentando así sistemáticamente las diferencias, debido a que los parias quedan sometidos exclusivamente a los vaivenes del mercado más salvaje, sin capacidad alguna de resistencia.
El día que aquellos con capacidad de lucha empiecen a abogar por un régimen laboral lo más unificado posible para todo el universo de los trabajadores y a utilizar su fuerza para reclamar por los derechos de los que carecen de todo derecho tendrán la legitimidad, de la que hoy carecen, para actuar pretendiendo representar los valores de la justicia social y la igualdad.
Si algo hay más distante de la justicia social y la igualdad es justamente el régimen laboral, en un grado tal como no debe haber otro ejemplo en el planeta.
Cada uno de los estamentos con capacidad, incluso impunidad, para luchar, tiene por objetivo exclusivo defender o aumentar sus privilegios sectoriales.
Por: RICARDO GAMBA
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