Policiales con sabor sanisidrense I
Por historiascuriosas
  
Jueves, 15/10/2015
Hemos encontrado dos novelas del laureado escritor y dibujante santafecino Carlos Schlaen, cuyos hechos principales tienen lugar en San Isidro.

En La sombra de Osiris, un grupo de sacerdotes se conjura para ocultarle un fabuloso secreto a un faraón egipcio. La clave para descifrarlo era un misterioso anillo de oro sobre el que pesaba la más terrible de las maldiciones. Durante miles de años, nadie sabía de qué se trataba ni dónde había sido ocultado hasta que apareció en la mansión sanisidrense de una enigmática mujer. La historia, lejos de concluir, estaba a punto de comenzar.

La enigmática mujer, Dolores Wassertheil, vivía en San Isidro, cerca del río. Sobre este barrio de San Isidro, Schlaen dice lo siguiente:

“Pese a que la había recorrido infinidad de veces, esa zona de San Isidro siempre se me antojó irreconocible. Quizás debido a su impersonal condición de suburbio residencial, con sus maravillosos jardines que rodeaban magníficas mansiones, o al anonimato aparente de sus desiertas calles arboladas, similares a las de tantos otros suburbios residenciales de tantas otras ciudades, o quizás debido a las limitaciones que me impone mi propia condición urbana, demasiada acostumbrada a reconocer las señales distintivas de los barrios de mi ciudad [Buenos Aires] con la primera mirada. Lo cierto fue que aquella tarde, más que nunca, se me ocurrió que había llegado a una isla distante y misteriosa.
“Después de ambular en círculos por esas veredas iguales a sí mismas, sin cruzarme con un ser humano que me orientara, llegué a la casa que buscaba. En realidad suponía que lo era, ya que tras los barrotes de un imponente portón de hierro forjado, encajado en un muro de ladrillos que rodeaba a la inmensa propiedad, no se veía ninguna construcción. Sólo un bosque denso e impenetrable". [...]
“Tras recorrer un largo sendero en medio de la espesura, llegamos a la casa. Era una antigua edificación de dos pisos coronados por una esbelta torre que se elevaba, majestuosa, por encima de las copas de los árboles. Probablemente construida a principios del siglo XX, el desgaste natural de los años no había logrado disminuir su encanto. Por el contrario, lucía bella y seductora, como si una misteriosa atmósfera de épocas pretéritas aún la sobrevolara. ‘Igual que Dolores’, pensé.
“La antipática nos guió, a través de una sala muy acogedora, hasta la biblioteca que se abría en uno de sus extremos. Aquel lugar me deslumbró apenas traspuse la puerta: era magnífico. La luz del sol penetraba por un gran ventanal que daba a un parque con piscina y se reflejaba en sus paredes –íntegramente tapizadas de madera lustrada– cubiertas de libros y pinturas, confiriéndole a la habitación una dorada luminosidad atemporal”.

En El caso del futbolista enmascarado, Schlaen nos introduce en la custodiada mansión de un poderoso empresario a quien le roban algo del cajón de su escritorio. La mansión Oliveira se encontraba en las Lomas de San Isidro, en el “borde de una barranca suspendida sobre el río”. Hasta aquí la ficción.

En la realidad, el Río de la Plata no llega a las Lomas de San Isidro y sobre sus barrancas se encuentra, entre otras, la casona de estilo colonial de la familia Olivera, variante de Oliveira, apellido que, en Argentina, no es tan habitual como su variante.

La mansión de la ficción, una enorme construcción blanca rodeada por un parque arbolado, ocupaba una manzana entera y tenía una muralla de dos metros de altura. Por un imponente vestíbulo forrado en mármol las visitas, escoltadas por un mayordomo de apellido inglés, accedían al interior del vasto y fastuoso inmueble. Su estudio era lujoso por demás. Así lo describe Schlaen:

“La opulencia de los muebles, cuadros, alfombras y objetos acumulados allí era sobrecogedora”. [...] “Aquel sitio había sido concebido para impresionar, igual que un templo. Para que no quedaran dudas a quién estaba consagrado, tras el escritorio colgaba un enorme retrato de Luis Oliveira y justo debajo de él, en ese orden, la estatua original de un dios griego. A ese hombre, la modestia debía importarle muy poco”.

CARLOS SCHLAEN, La sombra de Osiris, Buenos Aires, Alfaguara, 2004, pp. 20, 21 y 29; El caso del futbolista enmascarado, Buenos Aires, Alfaguara, 2004, pp. 33, 38 y 39.

Además, en El caso de la modelo y los lentes de Elvis (Buenos Aires, Alfaguara, 1999), Schlaen menciona un elegante restaurante, de porciones microscópicas y precios desmesurados, que estaba ubicado en una calle arbolada que bordeaba el Hipódromo de San Isidro. Indudablemente, se trata de un restorán de la calle Dardo Rocha, polo gastronómico local. En la misma novela, su autor sitúa parte de la trama en el apasionante delta del Tigre, antiguo Pago de Las Conchas.

Podemos agregar que en la página 138 de El escorpión de Osiris y la reina de la televisión (Buenos Aires, Alfaguara, 1998), Carlos Schlaen dice que el inspector Denker “estaba en camino hacia San Fernando, donde se hallaba el embarcadero de su pequeño velero”. San Fernando, que también perteneció al Pago de Las Conchas, es la capital nacional de la náutica desde 1972 y pretendió ser capital de la provincia de Buenos Aires y de la República Argentina en el siglo XIX.

Asimismo, en El caso del cantante de rock (Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1995), Schlaen expresa que el detective privado Nico está en Olivos, buscando a una ex compañera de colegio de su prima. Del mismo modo, en La espada del adelantado (Buenos Aires, Santillana, 2001), Schlaen manifiesta que el colorado –uno de los villanos– transita por Olivos hacia Tigre con la intención de secuestrar a Juancho, el héroe del relato policial. Tengamos presente que Olivos formó parte del Pago de la Costa, con cabecera en San Isidro.

Como vemos y presentimos, en la ficción y en la realidad, San Isidro, con su curiosa historia, sus casonas señoriales, sus verdes barrancas, el río color león, sus calles adoquinadas, la atmósfera pueblerina y sus misteriosos moradores, seguirá suscitando el interés de lectores y visitantes, quienes volverán a él una y otra vez.

Las ilustraciones reproducidas pertenecen al autor de aquellas atrapantes novelas policiales para adolescentes, el mismísimo don Carlos Schlaen.









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