Comentaba Fabio Bonizzoni, director de La Risonanza, en su reciente charla-coloquio en La Quinta de Mahler la frustración que siente por no haberse podido recuperar aún, siempre debido a motivos económicos, el sonido sinfónico que poseían algunas orquestas de los primeros años del siglo XVIII. Para Bonizzoni, el enfoque camerístico que se le da en nuestros días a toda la música del periodo barroco no sólo es espurio, sino que constituye la asignatura pendiente del movimiento historicista, que no ha sido capaz de intentar siquiera recrear cómo sonaban aquellas grandes formaciones de antaño que para interpretar un oratorio romano de Haendel empleaban hasta veinticuatro violines, seis violonchelos y, seis contrabajos.
Viene todo esto muy a cuento del álbum que ahora comentamos y que constituye a priori motivo de regocijo para el amante del barroco, pues nos encontramos ante la primera grabación de una ópera del compositor toscano Francesco Gasparini (1661-1727), fecundo autor para la escena, ya que publicó una sesentena de títulos para los principales teatros italianos. Se trata de Il Bajazet, sobre la que luego nos extenderemos en detalles. Pero antes, establezcamos la conexión entre la queja de Bonizzoni y esta grabación, realizada entre finales de junio y principios de julio del pasado año, durante el Festival de Ópera de Barga (obviamente, son tomas en directo) y financiada gracias a un puñado de eso que se conoce como crowdfunders, o sea, pequeños mecenas.
No sé si algún día conseguiremos escuchar a una orquesta con el mismo orgánico que la de Arcangelo Corelli, pues los recortes en materia de cultura que se vienen aplicando desde el inicio de la crisis económica no invitan al optimismo. Lo que sí sé es que ninguna orquesta de aquellos días, por muy pequeña que fuera la corte o la ciudad a la que perteneciera, presentaba unas dimensiones tan esmirriadas como las que aquí ofrece Auser Musici: siete violines, un violonchelo, un contrabajo, dos oboes y dos flautas (tocados por los mismos), un fagot, dos trompas, una tiorba y un clave. Ni siquiera hay sitio para una mala viola. Si Gasparini levantara la cabeza, se volvería a morir del susto o del disgusto.
Gasparini hizo tres versiones de Il Bajazet. La primera se estrenó en 1711, en el veneciano Teatro di San Cassiano, justo cuando oficiaba de maestro de coro en el Ospedale della Pietà (coincidió, pues, con Antonio Vivaldi, que era el maestro de violín de aquellas muchachas huérfanas). No mucho después, en 1713, se trasladó a Roma, donde estuvo al servicio del príncipe Francesco Maria Ruspoli hasta 1718. Ruspoli, huelga decirlo, era el propietario (mecenas suena más elegante, pero no responde tanto a la realidad) de la gran orquesta que dirigía Corelli. En 1719, Gasparini concretó su segunda versión de Il Bajazet, que es precisamente la elegida por Carlo Ipata, director de Auser Musici, para el Festival de Barga y, por tanto, para esta grabación.
La interpretación de la segunda versión tuvo lugar en Reggio Emilia, durante los carnavales, con un reparto estelar en el que figuraban, entre otros cantantes, Francesco Borosini (quien más tarde se convertiría en el tenor predilecto de Haendel), el castrato Antonio Bernacchi (aquel al que Carestini juró odio africano) y la diva Faustina Bordoni (la cual por ese entonces empezaba a labrarse la mítica imagen que la acompañaría durante toda su carrera). El hecho de que el elenco vocal fuera tan excelente ratifica mi convencimiento de que es químicamente imposible que la orquesta que tocó en Reggio Emilia en 1719 tuviera unas proporciones tan diminutas como la empleada aquí por Ipata.
Borosini fue, con toda seguridad, el que años más tarde, ya en Londres, mostraría a Haendel el libreto y la partitura de este Bajazet. El dato no es menor, porque aquello fue el origen de uno de los grandes títulos de la producción operística haendeliana, Tamerlano, estrenado en octubre de 1724, con Borosini otra vez en el papel protagónico de Bajazet. La obra de Gasparini no solamente inspiró a Haendel para escribir Tamerlano, sino que éste, fiel a su costumbre, se apropió de no pocas ideas de su colega para reutilizarlas en la nueva producción. Entre ellas, el aria Forte e lieto, una de las más célebres escritas por el sajón para la voz de tenor.
Y ahora, la gran pregunta: ¿se resiente una ópera barroca cuando es interpretada por un orgánico tan pequeño? La respuesta es obvia: sí, sin discusión. Pero vaya por delante que eso no quiere decir que la labor que Auser Musici hace en Il Bajazet sea mala, ni mucho menos. Hay que darle a Ipata y a su grupo el mérito que verdaderamente tienen, e imaginar que el orgánico empleado no es más que la consecuencia de un presupuesto más bien recortado y nada deseable. A buen seguro que si Ipata hubiera podido decidir, se habría rodeado de más músicos. Además, el inconveniente de una orquesta tan menuda queda paliado por la amplificación que permiten los avances técnicos cuando se trata del disco. Otra cosa es ya es una escucha en directo.
Filippo Mineccia
Leonardo De Lisi hace un convincente y muy noble Bajazet, a pesar de no ser especialista en el repertorio baroco. La parte del león, no obstante, recae en el trío de jóvenes contratenores, sin duda alguna los más destacados de entre los de su cuerda en Italia actualmente: Filippo Mineccia (Tamerlano), Antonio Giovannini (Andronico) y Raffaele Pé (Leone). Sin desmerecer el quehacer de los dos últimos, hay que decir que quedan ambos un tanto opacados por un brillantísimo Mineccia, que poco a poco se está consolidando como uno de los grandes astros del panorama contratenoril. Resaltemos, asimismo, a una excelente Ewa Gubańska (Irene), joven mezzo polaca que se proclamó ganadora de la Handel Singing Competicion de 2014. Conviene retener este nombre, porque está llamado a ser uno de los importantes a no mucho tardar entre los cantantes que se dedican con carácter prioritario a la ópera barroca.
Aunque suene a perogrullada, Il Bajazet de Gasparini no tiene la calidad del Tamerlano de Haendel (como siempre, las comparaciones son odiosas), pero ello no es óbice para que este título ofrezca momentos verdaderamente elevados, que ningún buen aficionado al repertorio debería perderse. Como en el caso de Porpora o de Caldara, el Gasparini operístico está pidiendo a gritos ser rescatado del injusto olvido en el que lleva sumido tres largos siglos. Ojalá suponga esta grabación el inicio del rescate.