(A telón corrido, unos tramoyistas sacan una caja de 1,80 metros de alto por 40 centímetros de ancho, decorada con vistosos colores, y la dejan en el centro del escenario).
(Por la derecha sale entonces un conserje).
El conserje.-Respetable y apiñado público: voy a tener el gusto de presentar a ustedes al fakir Rodríguez, que va a ejecutar varios dificilísimos trabajos de magia. El fakir es indio: vio las primeras luces en Bengala, y es capaz de pasar por encima de un brasero encendido sin quemarse, de tragarse una espada después de masticarla, de resistir (sin herirse) hasta doce golpes de sable, de adivinar el porvenir a cualquiera y de hacer otras cosas igualmente extraordinarias e inexplicables para la ciencia. Atención. El fakir, que se pasa la vida metido en esta caja, se halla ahora en estado cataléptico. Comenzaré por despertarle. (Abre la caja, y en ella, de pie, vestido a la oriental y con los ojos cerrados, aparece el fakir Rodríguez). Vean: está dormido. Le despertaré por medio de una maniobra especial. (Saca un duro del bolsillo y lo tira al suelo).
El fakir.-(Abriendo los ojos). ¡Ese duro es bueno!
El conserje.-¿Puedes decirme de qué acuñación?
El fakir.-Amadeo, 1871.
El conserje.-Perfectamente. Me guardaré el duro, porque el fakir, cuando se duerme, no sabe lo que hace. (Se lo guarda). Ahora, fakir, delante de estos señores, daremos principio a algunas experiencias.
El fakir.-Como usted quiera.
El conserje.-El fakir Rodríguez, previamente descalzo, va a pasar sobre un brasero encendido sin quemarse los pies. (Da una palmada; entra un tramoyista con un brasero encendido, lo deja en el suelo y se va). ¡Mucho silencio! El público no debe olvidar que el ruido más insignificante, un simple cañonazo, excita los nervios del fakir y le impide trabajar.
(El fakir se quita las babuchas, se recoge en sí mismo y hace unos gestos muy raros)
El fakir.-Sumatra rendigot sacarina Bombay.
El conserje.-Esas son palabras de embrujamiento...
El fakir.-¡Rampoy! (Lentamente, echa a andar hacia el brasero, y cuando llega a él pasa los pies por encima, como quien pasa un charco, y sigue andando).
El conserje.-¡Voilá! (Ovación). Ahora, el fakir va a proceder a adivinar el día en que nació un señor cualquiera.
Uno del público.-¡A ver! Yo...
El conserje.-Muy bien. ¿Qué día cumple usted los años?
Uno del público.-El 10 de abril.
El conserje.-¿Cuántos años tiene?
Uno del público.-Veintisiete.
El conserje.-¡Fakir! ¿Qué día nació este señor?
El fakir.-El 10 de abril de 1911.
El conserje.-¿Ven ustedes? (Ovación). En vista del éxito, el fakir va a tragarse una espada después de masticarla. Atención. (Saca del bolsillo un as de espadas, lo enseña al público y se lo da al fakir).
El fakir.-¡¡Rampoy!! (Se come la carta).
El conserje.-Salud para digerirlo. (Ovación). Ahora, el fakir va a adivinar el futuro de otra persona.
Una señorita del público.-Yo...
El conserje.-Veamos. ¿Tiene usted novio, señorita?
Una señorita.-Sí.
El conserje.-¿Se van ustedes a casar pronto?
Una señorita.-El año que viene.
El conserje.-¿Cómo se llama su novio?
Una señorita.-Ricardo Álvarez.
El conserje.-¡Responde, fakir! Di el futuro de esta señorita...
El fakir.-El futuro de esta señorita es Ricardo Álvarez.
El conserje.-¡Ya está! (Ovación delirante). Y ahora, para concluir, procederemos a hacer la experiencia más sorprendente. En estado de sugestión, el fakir Rodríguez va a resistir cinco o seis golpes de sable sin padecer ningún dolor. ¡Sugestiónate, fakir! (El fakir se autosugestiona).
El fakir.-Sumatra sacadura sacarina Ceilán...
El conserje.-¿Regú?
El fakir.-Regú sogú ectoplasma.
El conserje.-¿Ya?
El fakir.-Sí.
El conserje.-Dame cinco duros.
El fakir.-(Dándoselos). Toma.
El conserje.-¡Dame dos pesetas! (El fakir se las da). ¡Dame diez reales! (El fakir obedece). ¡Dame un duro! (Se lo da). ¡Dame seis pesetas! (Se las da). (Al público, inclinándose). El fakir acaba de resistir cinco sablazos sin sufrir el menor rasguño. He aquí nuestro trabajo. (El fakir y el conserje se van para evitarse un disgusto serio).
ENRIQUE JARDIEL PONCELA, Máximas mínimas, Buenos Aires, Editorial Juventud Argentina, 1957, pp. 135-137
En plena Guerra Civil Española (1938), El fakir Rodríguez fue llevado al celuloide por Jardiel Poncela, quien escribió y dirigió aquel corto cinematográfico, donde una voz en off repite el diálogo transcripto y se agregan algunas chanzas.