Sarmiento tomó posesión de una isla conocida como Carapachay en el delta del río Paraná, extensión de tierras fértiles sin utilizar. Intuyó que aquellas zonas feraces, cubiertas de plantas acuáticas, carentes de población humana, invadidas por gatos monteses y animales peligrosos, podrían ser transformadas en atractivo centro de recreo y cultivo. Como siempre, dio el ejemplo y en el cruce del río Abra Nueva (hoy Sarmiento) y Arroyo Reyes, construyó tres casillas de madera, de las que sólo se conserva una. Restaurada luego del atentado que sufrió el 18 de noviembre de 1964, la casa y el solar fueron declarados lugar histórico por decreto 4370 del 8 de junio de 1966.
Se calcula que, a partir del año 1858, Sarmiento vivió temporadas de vacaciones en la isla, como si imitara a Marcos Sastre, a quien recordó como maestro de escuela, que fue el primer hombre culto que aplicó el raciocinio a la realidad y vio en las islas terreno adaptable a la industria. Bajo los cielos cambiantes del litoral argentino, el prócer apreció la tierra fecunda como ninguna, húmeda y caliente como en los trópicos, blanda y profunda como en los invernáculos; tierra de aluvión, mezclada con arenas tenues de las rocas pulverizadas de las montañas. En ella plantó el primer mimbre. Seguramente sus ancestros labradores lo acompañaron a hacer su huerta de papas y cebollas, pedazo de tierra que debió compartir el trabajo de Domingo Faustino con la otra huerta, la de la creación del maestro que, en sus días de descanso, cultivaba ideas para sus proyectos de gobierno, temerarios para sus artículos periodísticos, respuestas para sus polémicas políticas o figuras literarias para las páginas de sus libros desbordantes de enseñanzas. Mientras meditaba o leía, mientras serruchaba la madera abundante o pescaba en los canales silenciosos del lugar, descubría la naturaleza virginal que contenía el Paraná, cuyas olas murmuran a lo lejos.
En la vegetación lujuriosa lo atrajeron los ceibos de flores de color aterciopelado, la región de los duraznos y de los naranjos, el junco, que es el primer día de la creación de las islas, los porotillos deliciosos, los perales, membrillos y manzanos, los sauces llorones, las yerbas acuáticas y los álamos de la Carolina. El mundo animal corría, nadaba y volaba a su alrededor y de él le llamaron la atención el blandengue, avecilla de cuello colorado por imitar a los ceibos floridos, las rudas manadas de carpinchos, los veloces venados y las esbeltas gamas, los tigres hambrientos y feroces, las huidizas pavas del monte y las delicadas nutrias. De las aguas extrajo o vio en ellas pacúes, dorados, pejerreyes, tortugas, anguilas, armados, sábalos, patíes, bagres y la venenosa raya.
El Delta fue otro acierto sarmientino: a través del tiempo se transformó en un hermoso lugar de producción y descanso. La poesía del porvenir conmovió el espíritu del viejo luchador y allí donde la naturaleza regalaba lo que su pluma describió magistralmente, él adivinó bosques, vergeles, huertos y granjas.
Cristóbal R. Garro, Sarmiento en el delta del río Paraná, Proa, n° 41, Buenos Aires, mayo / junio 1999, pp. 81-82
Reproducimos una imagen de la casa sarmientina tomada en 1938. Archivo General de la Nación.