En este trabajo comenzamos por referirnos a la etiqueta y el procedimiento utilizados en Europa para los lances de honor. A continuación exponemos el procedimiento caballeresco observado en el Río de la Plata. Asimismo reproducimos la opinión de las publicaciones periódicas del siglo XIX sobre el ceremonial exigido por las reglas de la caballería. También, siguiendo un relato temático y cronológico, relevamos los incidentes personales donde el ceremonial tiene un papel destacado*.
El fermento caballeresco del duelo maduró a principios de la Edad Moderna, manifestándose en un refinamiento gradual que se expresó en sus complejos ritos. Los miembros de una elite poseen finos modales y cultivan el arte de vivir, por lo tanto exigen un trato respetuoso entre sí. Cualquier roce en su vida social se considera como una ruptura del tranquilo disfrute de la dulzura de vivir. Los buenos modales se aprecian más cuando el poder de una aristocracia está menguando. En ese momento tienden a convertirse en una obsesión los detalles mínimos de la conducta. El orden de precedencias, una mirada, un parpadeo, un gesto dudoso, un movimiento o una palabra fuera de contexto son suficientes para sentirse ofendido y provocar un duelo. Éste era una brecha en la armonía de la vida de sociedad.
El duelo pasó a tener un ritual tan formal como el de una misa. Encerraba el credo de una clase dominante y por ello podía enaltecer la disputa más trivial y al combatiente más bruto, como un traje de fiesta transforma al que lo lleva. Los caballeros, a diferencia de los plebeyos, debían estar dispuestos a luchar con decoro y dignidad, observando las reglas prescriptas por los Códigos de Honor. El duelo tiene una liturgia propia. Todo lo que había en el ceremonial del duelo era para marcarlo como algo propio de una elite. Si la aristocracia quería sobrevivir y conservar sus privilegios, debía distinguirse por una conducta apropiada, que el hombre común pudiera reconocer como prueba de superioridad, por muy incompresible que pudiera ser el código al que iba unido el duelo. Un caballero no podía tomar represalias mediante la fuerza bruta. En lugar de derribar a un agresor de un puñetazo, como haría cualquier hombre corriente, tenía que intercambiar tarjetas, designar a sus padrinos y estar preparado para intercambiar estocadas o disparos. Los desafíos escritos debían presentarse en un lenguaje cortés; los luchadores se saludaban antes de comenzar el combate, como si dieran su reconocimiento a una bandera imaginaria de clase y honor.
Los duelistas debían tener en cuenta la opinión pública además de los buenos modales. Era muy común que los lances de honor tuvieran lugar entre amigos, vecinos, socios de un club, colegas profesionales, esto es entre miembros de un mismo círculo social. Con frecuencia estaban dispuestos a reanudar la anterior relación. Un duelo llevado de la manera adecuada haría que esto resultara más fácil que en el caso de una vulgar pelea. Era considerado poco caballeresco el querer matar al adversario o herirlo gravemente. Dos caballeros enfrentados en una lucha, sometiéndose a unos protocolos aceptados por sus iguales, podían acabar siendo más íntimos de lo que lo habrían sido en la vida corriente, ya que se consideraba reprochable la resolución de mantener viva una enemistad. Todos los duelistas eran miembros de una gran familia por el hecho de ser caballeros.
El duelo tenía una influencia civilizadora sobre el comportamiento social en general, debido a que se realizaba con tanta cortesía. Era un medio con que contaba el caballero para hacer valer su derecho a ser tratado con deferencia. En 1817 el escritor británico Abraham Bosquett sostenía que en los lugares donde el duelo estaba más en boga, como Irlanda, los nobles eran los más corteses y afables y las clases medias las más civilizadas y respetuosas. Incluso las clases bajas, siguiendo el ejemplo de sus superiores, eran en extremo tratables y amables. Los militares, más propensos al duelo que...
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