Le duel est une ânerie inventée par des malfaiteurs
Léon Bloy
Introducción
Este estudio es parte de una investigación sobre las cuestiones de honor a lo largo de la historia argentina. Comenzamos por analizar la opinión de las publicaciones periódicas locales sobre la práctica del duelo y el concepto del honor. Asimismo, siguiendo un relato cronológico, relevamos los incidentes personales ocurridos en los pagos de la Costa y Las Conchas, y mencionamos algunas cuestiones caballerescas porteñas recogidas por la prensa local. Un capítulo aparte merecerán los duelos criollos que tuvieron lugar en la zona. Si bien el Pago de la Costa originariamente se extendió desde la cruz de la ermita de San Sebastián -ahora Plaza San Martín, en Retiro- hasta el actual San Fernando y, Las Conchas inicialmente fue un pago inmenso que abarcaba toda la cuenca del río del mismo nombre hasta la zona de influencia de la Villa de Luján, nos ocuparemos de las cuestiones surgidas en parte de la llamada Zona Norte, esto es las localidades de Vicente López, Olivos, San Isidro, San Fernando y Tigre**.
El duelo a través de las publicaciones periódicas locales de los siglos XIX y XX
En marzo de 1874 La Unidad se ocupa del duelo en estos términos:
El duelo es un combate, que se realiza bajo ciertas formas entre dos personas de común acuerdo, por su propia autoridad. [...]
El duelo es siempre hijo de la inmoralidad. La virtud no puede producir monstruosidades. El duelo es una monstruosidad, fruto funesto de las pasiones sin freno. [...]
Ni el frac, ni la levita, ni la pluma, ni la espada, ni el dinero, ni el color blanco, ni la dorada cuna lo que constituye un caballero. Bajo de estas exterioridades, está encubierto muchas veces un pícaro. Lo que constituye un caballero es la virtud, la virtud que se hace ostensible a la sociedad por las buenas obras. Las cunas de oro mecen también a los malvados, y las chozas de paja abrigan también a los hombres de bien. [...]
El duelo es invención de los tiempos bárbaros. Nacido en las selvas del Norte, se introdujo en algunos pueblos muy atrasados en la legislación, y después apareció en Europa, introducido por los Germanos.
Al principio fue fomentado por ideas exageradas de un falso honor. Pero cuando la legislación adquirió bastante fuerza, cuando los poderes públicos fueron bastante rigurosos e ilustrados, el duelo se persiguió severamente y persigue hasta nuestros días.
La Iglesia fue la primera que inició esta persecución, condenando al duelo, bajo las penas mas severas. En Prusia, en Baviera, en Rusia, en Bélgica e Inglaterra, son fuertísimas las leyes contra el duelo. En España está prohibido hasta con la pena de muerte y de confiscación al mismo tiempo, como se puede ver en la famosa Pragmática de Felipe V y renovada por Fernando VI contra los desafíos.
Es pues el duelo la política bruta en acción. Esta política se opone al Evangelio y a la civilización. El Evangelio y la civilización son la bandera del caballero. Luego lo opuesto al Evangelio y a la civilización, que es la barbarie y la ferocidad será la bandera de los duelistas. [...]
Si se nos ofende, hay tribunales que nos venguen.
No nos constituyamos nosotros mismos en jueces ni menos en esa clase de hombres, que se llaman verdugos.
Un hombre de honor injuriado, sabe muy bien que la Religión y la Sociedad, que las leyes divinas y humanas le prohíben bajo graves penas el tomar por si la venganza: respeta la ley y sacrifica ante sus aras la víctima de sus pasiones. También sabe que precisamente en la obligación de este sacrificio es que consiste su honor y el valor de una alma grande.
El duelo no es por cierto un acto honroso, antes es una deshonra. Ninguna cosa que se opone a la virtud es honrosa. Todo cuanto se opone a la ley es siempre deshonroso: el duelo se opone a todas las leyes, pues que todas las leyes lo condenan. [...]
Aceptar el duelo no es valor, es antes cobardía. [...]
El valor solo se prosterna ante la ley, y en esta abnegación está su gloria. La cobardía se prosterna ante las pasiones, y en esta humillación está su bajeza. [...]
Anatema pues, mil veces anatema contra esa costumbre salvaje, que al que la practica lo hace semejante a las fieras. Mil veces anatema contra un crimen prohibido por todos los códigos, y por el cual quedan infames ante la ley quienes lo cometen.
El acero es para combatir por la patria en los campos de batalla y para volver por nuestra vida cuando un asesino nos asalta. Entre caballeros no hay asesinos .
En 1885 La Palabra se mofa del procedimiento caballeresco del duelo así:
Pero, las reglas no de caballería porque estos no se llevan a cabo de este modo, sino las de pedantería requieren un innumerable y pesado ceremonial, sin el cual no hay ni puede haber lavaje -del honor- completo.
Estos singulares y nunca bien ponderados combates son precedidos de una ridícula y extravagante farsa, la cual consiste en buscar los cómplices a fin de no darle el color de un asesinato vulgar, si es que alguno de los peleadores queda despatarrado.
Un médico por cada una de las partes es indispensable en comedias de esta naturaleza.
Convenidos todos los actores, porque en tales dramas nunca falta quien desempeñe algún papel, se discute la clase de arma que deben llevar los principales personajes, que son los que van a pelear.
Generalmente estas conferencias suelen ser reñidas y bastante pesadas, pero al fin se arreglan y lo comunican a sus respectivos ahijados.
Dispuestas así las cosas, se da aviso por todas partes para que nadie ignore la pantomima que va a tener lugar.
La policía que es la que tiene el deber de perseguirlos y meterlos en un cuarto donde por muchos meses no vean ni siquiera el sol, es la que primero lo sabe; pero como se ha llevado con tanto sigilo lo ignora y basta que la prensa toda, su cómplice, no da los detalles con pelos y señales ni hace el aparato de moverse.
Llegados duelistas y padrinos, que en el decir de los espadachines se llama del honor, empiezan estos por desempeñar su tarea la que consiste en buscar el sitio mas apropiado, distanciando con prudencia a sus ahijados.
Colocados cada cual en su puesto, toman los padrinos las armas que deben servir para el lance y después de examinadas detenidamente las dan a cada uno de los peleadores que en la mayor parte de los casos las reciben con mano temblorosa y rostro cadavérico.
Dispuestas así las cosas, se retiran aquellos, con rostro compungido y tratando de ocultar a sus ahijados una lágrima que brota de sus preñados ojos.
Entre tanto los duelistas se miran con desprecio, hacen mil visajes grotescos, tosen si el día está un poco frío, estornudan si el caso lo requiere, se calzan los guantes, miran y remiran las armas, se ponen en facha y a un golpe de mano dada por los padrinos empieza la sin par y titánica lucha.
Pun!! hacen las pistolas de ambos si el duelo es con estas armas, prin, pran, si con florete o espada; en el primer caso el combatiente mas flojo se tira dramáticamente al suelo y exclama con lastimera voz y llevándose la mano al sitio donde cree tiene la herida, me ha muerto y en el segundo si ha recibido algún rasguño.
Los padrinos que no han perdido ni un ápice de las alternativas del lance, se precipitan como cariñosos lobos sobre su presa y después de vista y examinada detenidamente la herida, se miran y con voz lastimera y un tanto majestuosa pronuncian el siguiente fallo:
El duelo no puede continuar por estar imposibilitado uno de los combatientes.
Incontinenti y antes que el furor se les pase levantan una acta en la que después de los preámbulos de costumbre dicen que N. N. y N. N. fueron llevados al terreno del honor (sic!!) y allí en persecución de este mismo honor, fue N. N. despachurrado por su contrario tal y tal .
En septiembre de 1894 El Derecho ridiculiza los lances de honor de la siguiente manera:
Socoóoórroóó!!!!!
¡Pícaro Cospe balas!
Aun no pude sacarme el susto del cuerpo!
Menudo julepe se llevó mi querido director!
Porque habéis de saber, amables lectoras mías, que su vida, estuvo en un, tris.
Vaya, si estuvo.
Yo voy a contaros un secreto, porque el director me prohibió hablar de tal cosa, todo lo que pasó de trágico en estos días!
Miedo tengo, porque después el Sr. Cospe Balas, de seguro me afusila; pero en fin... será un gaje del oficio.
Eran las altas horas de la noche; el graznido de la lechuza auguraba siniestramente desde la torre de la iglesia.
El cierzo zumbaba embravecido y al estrellarse en las paredes modulaba amenazas incomprensibles; pero terribles.
¡Ay! que miedo.
Mi director, que, como ya sabéis, es flaco como espátula y miedoso como brasilero recostado en el humilde lecho, elevaba sus preces al Altísimo, en tanto que sus ojos vagaban por las columnas de los cien periódicos del canje diario.
De repente sonó un tam, tam, tam,... tam, imponente, aterrador, que hizo estremecer el cuerpo del que hoy es el coco del empresario de aguas corrientes.
Fue simplemente que llamaron a la puerta.
Poco después, dos señores entraban en la redacción y retaban a duelo, en nombre de un capitán ultrajado...
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