Fiesta: 20 de agosto (1090-1153)
Abad Cisterciense, Doctor de la Iglesia.
Etim. de Bernardo: "Batallador y valiente". (Bern=batallador; Nard=valiente)
Nacido en Borgoña, Francia. Llamado "Mellifluous Doctor" (boca de miel) por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María. Compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros. San Bernardo, abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que mas impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura.
Pensamientos de San Bernardo
"NO ERES MAS SANTO PORQUE NO ERES MAS DEVOTO DE MARÍA".
"Debemos amar a Dios porque Él es Dios, y la medida de nuestro amor debe ser amarlo sin medida".
"Al conocer lo que Dios nos ha dado, encontraremos muchísimas cosas por las que dar gracias continuamente".
Biografía
Varón de fuego, consejero de papas y monarcas, denominado por el Papa Inocencio II como muralla inexpugnable que sostiene a la Iglesia, san Bernardo fue también un admirable heraldo de la Virgen María y uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de la Madre de Dios
El ambiente era de expectación y gravedad. La multitud se apiñaba, silenciosa, en torno a un hombre todavía joven, de semblante austero, que predicaba a orillas del río. Su voz profunda y armoniosa transmitía una insondable paz de alma.
"Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca [ ] Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas" (Mt 3, 2-3), afirmaba con severidad.
A continuación seguía suavemente, casi enternecido: "Tras de mí viene uno más fuerte que yo, ante quien no soy digno de postrarme para desatar las correas de sus sandalias". (Mc 1, 7)
Juan Bautista, el último y más grande de los profetas del Antiguo Testamento, anunciaba a la nación elegida la próxima aparición del Salvador del género humano. Y más tarde, cuando reveló la divinidad del Mesías al proclamar: "Este es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29), la larga y grandiosa estirpe de los profetas, que habían predicho el advenimiento del Redentor y guiado al pueblo a través de los siglos de espera, llegaba a su fin. Todas las profecías se habían cumplido.
La Revelación terminó, pero Dios quiere valerse de causas secundarias para comunicar sus divinos designios a la humanidad. Por eso, siempre suscitará un puñado de hombres y mujeres que muestren el Camino, enseñen la Verdad y transmitan la Vida a la mayoría de los hombres. Esta realidad la explica santo Tomás en su Suma Teológica: "En todas las épocas hubo algunos que poseían el espíritu profético, no para dar a conocer doctrinas nuevas, sino para dirigir la vida humana".
El profeta del siglo XII
En el siglo XII la civilización cristiana había alcanzado un apogeo que ningún santo hubiera imaginado en los albores duros y sangrientos de la Iglesia: La filosofía del Evangelio gobernaba los Estados; la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraba las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil, afirmó León XIII en la "Inmortale Dei".
Aquella sociedad sacralizada había encontrado su soporte, durante más de un siglo, en la santidad emanada de la abadía benedictina de Cluny. Habiéndose expandido rápidamente por todo el Occidente cristiano, estos hijos de san Benito influenciaban y orientaban la espiritualidad de los pueblos de Europa desde el interior de sus inmensos monasterios, ó desde lo alto de los púlpitos, desplegando una hermosísima y aristocrática liturgia y fascinando a las multitudes con el angelical canto gregoriano.
Entre tanto, luego de alcanzar su cenit, la grandeza de Cluny se disipaba lentamente, quizá por falta de almas generosas que en lo más alto del esplendor quisieran partir hacia nuevos confines de santidad.
Surgió entonces, no una institución, sino un hombre como el reformador de la disciplina eclesiástica, el modelo de todas las virtudes, la voz de Dios para indicar nuevos rumbos a una sociedad que comenzaba a vacilar: Bernardo de Claraval.
Un misterioso designio
En el año 1091 nacía en un castillo de la Borgoña el tercer hijo del señor de Fontaines y de la virtuosa dama Alet. Poco antes de dar a luz, tuvo un sueño tan nítido y expresivo que su intuición materna vio en él un providencial aviso sobre el futuro del niño: se le apareció un perrito de piel blanquísima que ladraba fuertemente y sin cesar. Afligida por no alcanzar una clara interpretación que tradujera sus presentimientos, consultó a un siervo de Dios que le respondió: "El niño será un gran predicador y ladrará continuamente para guardar la Casa de Dios, y curará las llagas de muchas almas".
Descendiente de dos familias nobles y pendiendo sobre él ese misterioso vaticinio, su madre lo crió con especial esmero, y tan pronto como fue posible lo envió a una famosa escuela en la ciudad de Chatillon-sur-Seine. Su gran talento intelectual causaba la admiración de los maestros y auguraba una brillante carrera. La índole afable y algo tímida de Bernardo tenía una nota de nobleza y amenidad que atraía a muchos.
En poco tiempo, sintió arder en su alma el deseo de la gloria de la ciencia y de una existencia mundana basada en la opulencia. El demonio, el mundo y la carne le tentaron en innumerables ocasiones para arrastrarlo a la perdición, pero a pesar de estos asaltos conservó siempre íntegra su inocencia bautismal.
En una ocasión, sintiendo una atracción especial por una bonita y poco virtuosa joven, y queriendo evitar la menor falta a cualquier costo, se arrojó a un pequeño lago de agua helada (era invierno) y allí permaneció, sumergido hasta el cuello, hasta que lo rescataron casi sin sentidos.
La llamada del Señor
Bernardo contaba 21 años de edad. De hacía mucho que la gracia divina golpeaba las puertas de su corazón ardiente: ¿A qué viniste a este mundo? Esta pregunta acudía a su mente cada vez con más frecuencia.
La radicalidad de la vida monástica atraía esa alma hecha para grandes heroísmos: abandonar los honores, las riquezas y la familia, consagrarse para siempre al servicio del Rey Eterno, vivir de ese amor sobrenatural cuyas llamaradas crecían en su interior Sin embargo, no le faltaban parientes y amigos que lo exhortaban a seguir un camino más amplio: las cualidades poco comunes del joven Bernardo le prometían grandes glorias mundanas; su precaria salud y débil complexión no soportarían las austeridades de la vida religiosa; se puede servir también a Dios sin enterrar en un claustro los talentos de tan gentil carácter...
Agobiado por estos pensamientos y combates, entró cierto día en una iglesia e imploró al cielo una luz que le diera a conocer, sin duda alguna, el designio de Dios para él. Y el Señor no tardó en socorrer a su elegido.
Se levantó Bernardo fortalecido y lleno de convicción sobrenatural, para ir a un monasterio casi desconocido, fundado no mucho tiempo atrás por el abad Roberto de Molesmes, situado en un bosque no muy alejado del castillo de su familia: Cister.
Sin embargo, no quiso irse solo al austero claustro donde nacía, entre innumerables dificultades, una nueva orden religiosa: ¡con inspirada elocuencia arrastró consigo a su tío materno, cuatro hermanos y treinta caballeros compañeros suyos! El último hermano de Bernardo, muy joven todavía, escuchó estas palabras: Queda con Dios. Nosotros vamos al monasterio y te legamos todos nuestros haberes. Desolado, el chiquillo respondió: ¿Vosotros conquistáis el cielo y me dejáis la tierra? ¡Mala partida ésta! Y pocos días después golpeó las benditas puertas que ya habían acogido a sus cinco hermanos mayores...
El valle de la luz
Si durante muchos años el número de monjes del Cister había sido exiguo, ahora, y gracias a Bernardo, sus ásperas paredes de piedra se hicieron estrechas.
Por orden de su nuevo superior, ahora san Esteban Harding, partió con doce compañeros a fundar una nueva abadía. Tenía solamente 25 años.
El paraje escogido fue un solitario y sombrío valle, temido por los ladrones que se refugiaban en él. En poco tiempo, sin embargo, el bosque cedió lugar a los campos cultivados; los muros comenzaron a elevarse; voces puras y varoniles hicieron resonar la laus perenni en aquellas soledades; y la luz divina reflejada por San Bernardo disipó la oscuridad del lugar, que pasó a llamarse Clara Vallis Claraval.
La fama de santidad que en seguida aureoló al monasterio atrajo a numerosos jóvenes, nobles y plebeyos, cultos e ignorantes, deseosos de seguir a Cristo en la pobreza, obediencia y castidad bajo la dirección del joven abad. Y así, más de 700 monjes llenaron la abadía del valle de la luz.
Voz y brazo de Dios
Pero la luz no fue hecha para esconderla, sino para iluminar y brillar ante los ojos de todos (cf. Mt 5,15-16). En vano buscaba Bernardo la soledad y el silencio de su amado valle.
Contra su voluntad fue el consejero de Papas, obispos y monarcas, el director espiritual de la Europa medieval, el Moisés de la Cristiandad.
No había predicador más ardiente ni personaje con más prestigio. Venerado como profeta y taumaturgo, su mera presencia, sus palabras y escritos despertaban un entusiasmo nuevo y combatían con éxito las herejías y los adversarios de la Iglesia.
Habiéndose producido en aquel tiempo un peligroso cisma en la Iglesia de Dios, casi todos los fieles titubeaban, desorientados, entre el legítimo Pontífice y un antipapa llamado Anacleto.
Teólogos y doctores discutían denodadamente argumentos a favor de uno y otro, sin llegar a resultados convincentes o definitivos. Los ojos de muchos se dirigieron entonces al santo abad de Claraval en busca de una palabra que decidieran la espinosa situación. Acudió Bernardo al Concilio de todos los obispos del reino de Francia, y con su inspirada y ardiente elocuencia, decidió el voto de la asamblea a favor del legítimo Papa Inocencio II.
Pero el incendio de la división no se extinguió inmediatamente. En la provincia de Gascuña, el orgullo de un obispo respaldado en la ambición de un conde porfiaba en contra del verdadero pastor de la Santa Iglesia.
El Papa envió a san Bernardo para zanjar esta triste situación, en la esperanza de que la sabiduría del santo triunfaría donde las razones de los teólogos habían fracasado. Sin embargo, en vano trató de llevar a la justa obediencia el tormentoso espíritu del obispo rebelde.
Procuró convencer entonces al despótico conde, demostrándole la locura de su posición. Ambos, sin embargo, ebrios de orgullo, se obstinaban en el error.
Apenado ante semejante malicia, pero decidido a hacer prevalecer la autoridad del Sumo Pontífice, convocó Bernardo a todo el pueblo en la catedral de la ciudad y celebró solemnemente el Santo Sacrificio del Altar. Después de la consagración, llevando en sus manos el Santísimo Sacramento sobre una patena, se dirigió hacia la plaza, donde se encontraba el conde, que, por estar excomulgado, no podía ingresar al templo.
Mirándolo severamente, le dijo con voz amenazadora:
Nosotros te rogamos y tú nos despreciaste; muchos siervos de Dios te suplicaron y a ninguno hiciste caso.
¡Ahora el Hijo de la Virgen, Cabeza y Señor de la Iglesia que tú persigues, viene a tu presencia! Es un juez en cuyas manos un día caerá tu alma. ¡Veamos si también a Él le das la espalda, tal como nos la diste a nosotros!".
Conversión del duque Guillermo de Aquitania por San Bernardo de Claraval
Así como los vendedores del Templo de Jerusalén huyeron un día de la indignación del Maestro, el infeliz conde, al escuchar esas palabras, cayó por tierra lleno de espanto. Se levantó después, tocado finalmente por la gracia de Dios, se postró lleno de arrepentimiento a los pies del santo abad e hizo todo cuanto él le ordenó.
Entabló más tarde tan estrecha amistad con Bernardo que, siguiendo sus santos consejos, abandonó el mundo y acabó sus días en un monasterio.
El obispo, en cambio, recalcitrante y obstinado en su malicia, fue hallado un día muerto en su cama, sin confesión ni viático.
Heraldo de la Virgen
Pero este varón de fuego, denominado por el Papa Inocencio II muralla inexpugnable que sostiene a la Iglesia pasó a la Historia con el título de Doctor Melifluo, porque la unción de sus exhortaciones hacía decir a todos que sus labios destilaban purísima miel.
¿Quién no conoce en el mundo cristiano la incomparable y dulce oración Acordaos, a él atribuida?. Fue uno de los primeros en llamar Nuestra Señora a la Madre de Dios. Cuenta la tradición que, escuchando cierto día a sus hermanos cantar la Salve Regina (oración que también compuso), desde su corazón impregnado de admiración irrumpió la triple exclamación que hoy corona esta plegaria:
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!" Fue también uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de María Santísima, dejando esta doctrina claramente consignada en numerosos sermones: Porque éramos indignos de recibir cualquier cosa, nos fue dada María para obtener por su intermedio todo cuanto necesitáramos. Quiso Dios que no recibiéramos nada sin haber pasado antes por las manos de María. (...) Con lo más íntimo de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, pues ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que lo recibiéramos todo por Ella".
"Venid, bendito de mi Padre"
Volviendo de una misión apostólica, cuando ya contaba con 63 años de edad, curó a una mujer ciega, en presencia de una enorme multitud que corría a venerarlo. Fue el último milagro realizado en su existencia terrena.
Al llegar a su amado monasterio de Claraval se sintió desfallecer.
Pero su alma rebosaba la serena confianza del navegante que finalmente avista el puerto anhelado. Él mismo, en una carta, da cuenta de sus últimas molestias, poco antes de marcharse a la eternidad: "El sueño huye de mí, para que el dolor no se mitigue estando los sentidos adormecidos.
Casi todo lo que padezco son dolores en el estómago. Para no ocultar nada a un amigo que desea conocer el estado de su amigo, y hablando no como sabio, sino según el hombre interior, os digo que el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Al Salvador, que no quiere la muerte del pecador, rogad no que demore más mi fin, sino que lo guarde y ampare".
Obispos, abades y monjes rodeaban el lecho donde agonizaba el profeta del Señor. Lloraban ellos al superior que aconsejaba, al doctor que enseñaba, al padre que los amaba, al varón de Dios que los santificaba. Bernardo, sin embargo, los animó y consoló hasta el último aliento, y con gran modestia decía que ya era hora de que un siervo inútil dejara a otro su cargo, y que un árbol estéril fuera arrancado...
El día 20 de agosto de 1153, a las nueve de la mañana, entregó su purísima alma a su Creador y Redentor.
Personalidad de Bernardo
Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo. Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor juvenil le causaba un reto en las tentaciones contra la castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A grandes males grades remedios
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.
Una visión cambia su rumbo:
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
La familia que se fue con Cristo
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 31 compañeros. Dicen que cuando llamaron a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso.
Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar al convento para prepararlos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister. Mas tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa. Vemos en la historia la gran influencia de las relaciones tanto para bien como para mal.
En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Cister demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.
La Predicación de santo
Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y el amor con que habla de ella. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir". El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante.
Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial.
Sus bellísimos sermones son leídos hoy,
después de varios siglos, con verdadera
satisfacción y gran provecho.
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le dañó la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos. Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pasaría luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
De carbonero a Pontífice
Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, lo cual hizo de muy buena voluntad. Llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle:
"Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación".
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por Ej., Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba:
"Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca".
Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima: pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti.
Quiera Dios que así sea.
Le sucedió a San Bernardo, siendo muy joven, cuando todavía no había entrado en la vida monástica. Bernardo era muy guapo, de porte elegante y alto. En cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió la noche, por lo que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa. La dueña los recibió bien, e insistió en que Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una habitación separada. Durante la noche, la mujer se presentó en la habitación con intenciones deshonestas. Bernardo, en cuanto se dio cuenta de lo que se avecinaba, fingió con gran presencia de ánimo creer que se trataba de un intento de robo, y con toda su fuerza empezó a gritar: -¡Ladrones, ladrones!- La intrusa se alejó rápidamente. Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón, pero Bernardo, contestó con toda tranquilidad: No fue ningún sueño. El ladrón entró indudablemente en la habitación, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor.
"Primero caemos postrados a sus pies y lloramos lo que nosotros hemos hecho ante el Señor que nos hizo. Después buscamos la mano que nos levante y robustezca nuestras rodillas vacilantes. Por fin, cuando lo hemos conseguido a fuerza de oración y lágrimas, nos atrevemos ya quizá a levantar nuestra cabeza hasta su misma boca gloriosa, con pavor y temblor para contemplar, más aún, para besar al Ungido del Señor, aliento de nuestra boca, al que nos unimos con el ósculo santo, para ser por su gracia un Espíritu con él" San Bernardo Sermón III in Cántica canticorum.
"El primer beso que se recibe en los pies es el humilde arrepentimiento. El segundo beso en las manos nos perdona y ayuda. El tercero, en la boca, es llegar a una vida contemplativa." In Cantica canticorum. ¡Haurietis aquas in gaudio de fontibus Salvatoris!
"A ti, Señor Jesús, a ti te dijo mi corazón: Te buscó mi rostro, tu rostro buscaré, Señor. Es decir, por la mañana me diste a conocer tu misericordia, cuando todavía postrado en el polvo besé tus huellas sagradas, y perdonaste mi desordenada vida. Después, al avanzar el día alegraste el alma de tu siervo, cuando al besar tu mano me concediste además la gracia de vivir rectamente. ¿Qué me queda ahora, Señor bueno, sino que te dignes consentir que bese tu boca, en la plenitud del mediodía y con el fuego del Espíritu, y así saciarme de gozo en tu presencia? Avísame tú, delicadeza y calma infinita, avísame donde pastoreas, donde recuestas tu ganado en la siesta".
"¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara" San Bernardo, Homilías sobre el "Missus est"
DE LA CASA DE LA DIVINA SABIDURIA,
LA VIRGEN MARÍA
1. Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no saben hacer el bien , los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito: Cogeré a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudente. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de Salomón: Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención.
2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, vino a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo"; y en seguida: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Y otra vez: "El Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros" . Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima Trinidad.
3. Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza" Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: "Dios te salve, llena de gracia", no se ensoberbeció por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas .
4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura. También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda.
ORACIÓN
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos.
Animado con esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a aparecer ante vuestra presencia soberana.
No desechéis, ¡oh Madre de Dios!, mis humildes súplicas, antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos y dignaos atenderlas favorablemente.
Este presente es para hacerles llegar un sitio web destinado al Rezo del Santo Rosario para aquellas personas que estando solas, puedan sentirse acompañadas en una oración continua con Jesús y la Virgen María.
"El Rosario es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María"
La devoción de los Siete Dolores de la VIRGEN MARÍA
La devoción al SAGRADO CORAZON DE JESUS y la práctica de los Nueve Primeros Viernes
LA ÚLTIMA CIMA nos muestra un tipo de sacerdote del que nadie habla: los sacerdotes generosos, alegres, serviciales, humildes. Sacerdotes anónimos que sirven a Dios, sirviendo a los demás. Pablo es, nada más y nada menos, que un buen cura.
Pablo, sacerdote, sabía que iba a morir joven y deseaba hacerlo en la montaña. Entregó su vida a Dios... y Dios aceptó la oferta. Ahora dicen que está vivo. Pablo era conocido y querido por un número incalculable de personas, que han dejado constancia de ello después de su muerte.
LA ÚLTIMA CIMA muestra la huella profunda que puede dejar un buen sacerdote, en las personas con las que se cruza. Y provoca en el espectador una pregunta comprometedora: ¿también yo podría vivir así?
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