Bajando la cuesta del mundo real
Por
sinayLunes, 06/05/2013
Inspirado en las fogatas y festejos de la Noche de San Juan, Joan Manuel Serrat creó su canción "Fiesta", que empieza con "Gloria a Dios en las alturas", describe luego cómo todos comparten su pan y, mientras suben la cuesta, ven sus miserias irse a dormir. Luego, la canción cuenta la resaca del amanecer, el sol anunciando el final y el modo en el que, bajando la cuesta, vuelve el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza. Finalmente, canta la letra, cada uno es cada cual.
La ilusión de que una ceremonia colectiva cambie los males del mundo tiene algo bueno: anuncia el deseo de un mundo mejor, una utopía necesaria. Y es insuficiente: al final del ritual el mundo está ahí, intacto. Esto es lo que el filósofo francés André Comte-Sponville llama angelismo. La creencia de que los problemas de la tierra se pueden arreglar desde el cielo. Sin embargo, esos conflictos deben solventarse en donde se crearon, y no basta para ello con el deseo. Si los buenos sentimientos no se instrumentan, no se traducen en acciones concretas, son estériles, puro voluntarismo. Meditar y orar tiene sus beneficios y mejora la actitud ante el semejante, pero la violencia, la intolerancia, la marginación, la pobreza, la corrupción o la injusticia son graves cuestiones políticas, sociales y económicas que sólo se resolverán actuando en esos terrenos.
La espiritualidad, como bien la definía Víktor Frankl, es aquella condición que eleva al individuo por sobre sus condicionamientos psíquicos y biológicos, le otorga conciencia de que es parte de un todo y lo lleva a aspirar a vivir con valores. Todo eso debe volcarse al mundo real, doloroso y conflictivo, actuando en él. Va más allá de lo religioso. Son anhelos válidos también para el ateo.
Pero si sólo bastara con la espiritualidad y sus representaciones, no necesitaríamos democracia ni sus instrumentos, podríamos prescindir de las instituciones republicanas, esperaríamos que una justicia de otro orden reemplace a la terrenal (mientras la injusticia sigue su curso), no tendríamos que confrontar con las dificultades de cada día, ni con el dolor, no deberíamos tomar decisiones y responder a sus consecuencias. Meditaríamos, respiraríamos y ya. Delegaríamos nuestra libertad y nuestra responsabilidad en gestores de otro orden.
Lo que la espiritualidad propone es deseable, pero puede llevar a la confusión y a una riesgosa pasividad si no convive con una participación comprometida, activa y concreta en las cuestiones que nos duelen en el día a día terrenal. Las que esperan al bajar la cuesta.
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sinay