Donde viven las palabras
Por sinay
  
Lunes, 06/05/2013
El intelectual es una persona cuya conciencia se examina a sí misma. Y es, a la vez, alguien que no se deja ganar por el "espíritu de su época" (la moda, la tendencia, el oportunismo, el utilitarismo, el todo vale para que nada valga), sino que navega en contra de ese espíritu y a favor de la conciencia. Esto era un credo para Albert Camus (1913-1960). En todas sus obras y en todos los géneros (novela, como en "El extranjero", "La peste" o "El primer hombre", ensayo, como en "El mito de Sísifo" o "El hombre rebelde", teatro, como en "Calígula" o "Los justos"), así como también en cada acto de su breve vida ese hombre moral honró a su propia consigna. Y también la honró en el ejercicio del periodismo, al que se entregó con pasión, con coraje, con integridad. Lo ejerció en su Argelia natal, sojuzgada por Francia (la patria de su nacionalidad), y en la misma Francia cuando era aplastada (y se dejaba aplastar) por el nazismo o cuando, una vez liberada, otros intelectuales se acomodaban rápidamente a los fatuos beneficios de la nueva situación. El fin no justifica los medios, decía Camus. "Si una verdad me obliga a atentar contra otro ser humano, descreo de esa verdad", repetía.


El periodismo, para Camus, no podía desligarse de la literatura ni de la filosofía.
El periodismo, para Camus, no podía desligarse de la literatura ni de la filosofía. Un periodista no debe empobrecer el lenguaje ni maltratar la palabra y, mucho menos, dejar de preguntarse por la actitud del hombre ante la vida. Debe hacerlo, insistía, en su práctica cotidiana, en el fruto de su trabajo. La verdad no ofrece recompensas y es a menudo huidiza, advirtió en el discurso con el que recibió el Premio Nobel de literatura en 1957, pero no hay que dejar de luchar ni un instante contra la mentira. En 1944, mientras dirigía "Combat", escribió: "Un país vale lo que vale su lenguaje". De ahí la responsabilidad periodística e intelectual de no manipularlo, de no vaciarlo. Pensaba que honrando al lenguaje se educa a un país y le decepcionaba ver que la mayoría de sus colegas buscaba "agradar antes que educar". Ante quienes justificaban la irrupción de la prensa basura (prensa amarilla, prensa arribista, prensa del corazón, prensa disponible al mejor postor) y decían que eso era lo que el público quería, él respondía: "El público quiere lo que le enseñan a querer". Por eso proponía ofrecer "energía en lugar de odio, objetividad en lugar de retórica, humanidad en lugar de mediocridad".

Proponía a sus colegas mantenerse en estado de vigilancia permanente "y obsesiva" contra el engaño, la falsificación, la manipulación y el disfraz de la verdad
Proponía a sus colegas mantenerse en estado de vigilancia permanente "y obsesiva" contra el engaño, la falsificación, la manipulación y el disfraz de la verdad. "Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión", dijo el 10 de diciembre de 1957, en Estocolmo. Nunca dejó de ser fiel a esa convicción. El precio fue largos años de incomprensión, incluso después de su muerte, desprecio y burla de los acomodaticios, soledad.


El 7 de junio se conmemora en la Argentina el Día del Periodista. Una profesión despreciada desde el poder político y económico por quienes, como el ladrón del refrán, creen que todos son de su condición. Un oficio al que muchos de sus practicantes contribuyen también a vaciar de sentido y de valores con prácticas innobles. Una profesión y un oficio (¿por qué no un arte?) al que muchos otros, como Camus entonces, honran a precios altos, en contextos éticos y físicos riesgosos, y con el solo premio de sentirse dignos ante sí mismos y ante quienes confían en sus palabras. Porque a la larga, para unos y para otros, las palabras jamás mueren.







Por sinay