¿Existe un elefante (al igual que cualquier ser, objeto o paisaje) mientras no tenemos una palabra para denominarlo? En cierto sentido las palabras crean el mundo y la realidad tal como las conocemos, las experimentamos y las narramos. Más allá de creencias o agnosticismos, ya la Biblia dice que en el principio fue el Verbo y que todo le fue puesto al hombre ante sí para que lo nombrara y con ello lo pusiera a existir.
Dos fuerzas hoy esenciales para la seguridad ciudadana entraron estos días en un estado de protesta que alteró sin duda la vida y el estado de ánimo de la sociedad
Dos fuerzas hoy esenciales para la seguridad ciudadana entraron estos días en un estado de protesta que alteró sin duda la vida y el estado de ánimo de la sociedad y despertó inquietudes y reacciones variadas, desde el temor a la adhesión, desde la angustia o el rechazo a la comprensión. Para los más jóvenes, una situación inédita, para los más adultos, un inevitable déjà-vu. Una sociedad acostumbrada al repiqueteo permanente de la cadena nacional en sus oídos para anuncios a menudo extraños, incomprensibles o ajenos a las necesidades reales de lo cotidiano esperaba una palabra oficial sobre los hechos. Si era posible, la máxima. Cuando esa palabra sonó (en un encuentro diplomático) nada dijo sobre lo que era el tema central del acontecer social y político. Se repetía entonces una experiencia que había ocurrido cuando la tragedia colectiva tomó el nombre de Cromagnon, cuando viajó en un tren hacia Once, cuando ciudadanos de a pie claman por un freno a la sangría de vidas queridas en calles y casas que debieran ser confiables o cuando una parte significativa de la sociedad habló el 13 de septiembre.
Creer que lo que no se nombra no existe es peligroso y confuso
El lenguaje hace humano al mundo, lo creamos para poder instalarnos en él, dicen algunos lingüistas como Daniel Everett (de la Universidad de Pittsburgh y autor de Language). Pero creer que lo que no se nombra no existe es peligroso y confuso. Quien omite nombrar algo pretendiendo que de ese modo le quita existencia se parece a aquel que elimina una carta de un mazo y pretende que el juego siga su curso normal. Lo grave es esperar que los demás jugadores crean de veras que la carta no existe cuando saben que, en verdad, ha sido omitida. Se sabe de sobra lo que pasa cuando, bajo la consigna "de esto no se habla", se pretende modificar la realidad. Ocultar la realidad (o desvirtuarla) desde el lenguaje es siempre disfuncional y tóxico, tanto en las relaciones personales como en las sociales y en los relatos individuales o en los colectivos.
El silencio ante lo obvio no oculta la realidad, aunque lo pretenda. Pero niega la percepción del otro, de quien está experimentando y sufriendo esa realidad
El silencio ante lo obvio no oculta la realidad, aunque lo pretenda. Pero niega la percepción del otro, de quien está experimentando y sufriendo esa realidad. Negar la percepción del otro (a través del silencio, del ninguneo o de un relato falso) es un modo de descalificarlo, de faltarle el respeto como persona. A las personalidades más débiles o en formación (como los niños) la negación de su percepción puede dañarlas profundamente tanto psíquica como moralmente. Puede ser enloquecedor. Las más consolidadas (o con mayor autoestima) siguen confiando en lo que ven y están seguras de ello, pero en cambio ya no confían en el negador, dan por terminado el vínculo, se retiran y se preservan. Hacerle creer a otro que lo innombrado es inexistente resulta grave. Pero creerlo uno mismo es peor. Podemos nombrar de diferente manera lo que vemos y vivimos. Es natural, es la diversidad. Pero ningún vínculo se construye sobre lo que se oculta, sobre lo que no se nombra.