Atajos hacia el cielo
Por sinay
  
Jueves, 02/05/2013
Una pregunta acompaña nuestros sueños, proyectos, encrucijadas, crisis y experiencias de todo tipo: ¿cómo va a terminar esto? Confiamos, tememos, nos entusiasmamos, dudamos, pero no podemos adelantar la respuesta. Hay que esperar hasta el final. Cuando las cosas terminan bien solemos decir ¡yo sabía! ¿Pero de veras lo sabíamos? Nunca se sabe. ¿Por qué nos preocupa conocer el final? Porque sabemos cómo termina la vida: con nuestra muerte. Y esta certeza nos impulsa a buscar garantías para el mientras tanto. Que nos digan que reencarnaremos como reyes o reinas, que nos espera el paraíso, que hay otra vida y es eterna, o que se descubrió la droga de la inmortalidad. Pedir y soñar no cuesta nada, pero en el fondo sabemos que ese final no cambiará.

¿Qué hacer, entonces? Cambiemos los finales que podemos. Contémonos historias con finales felices. Dejemos el postre para lo último, compremos lo que sea en 60 cuotas, prometámonos amor eterno y creámosle a quien nos vende felicidad sin esfuerzo y bajo cualquier forma, líquida o sólida, tangible o virtual. Mientras haya cuotas por pagar nuestros acreedores no nos dejarán morir; mientras nos espere el postre podemos prolongar la comida; si el amor es para siempre, vencerá a la muerte; si logramos quitar de nuestro cuerpo y de nuestra piel las huellas del tiempo, habremos engañado a Cronos; si creemos en los gurúes de turno, ellos nos darán la receta para cocinar perdices y ser felices hasta nunca.

La garantía de un final feliz nos arrebata del presente, que es donde las cosas ocurren y piden participación, compromiso, esfuerzo, responsabilidad, definición y nos transporta a un futuro venturoso. Pero no nos alcanza un final feliz. Necesitamos muchos, porque después de cada uno la vida, empecinada, vuelve a plantearnos sus preguntas a través de las experiencias cotidianas. ¿Cuál es el sentido de tu existencia? ¿Qué huella estás dejando? ¿Para qué hacés lo que hacés? ¿Cómo vivís tus valores? ¿Qué aprendés de tus frustraciones e imposibilidades? ¿Para qué te ocurre lo que te ocurre? Y suponiendo que hayas concluido que nada tiene sentido (y por lo tanto te vas a sumergir en el final feliz imaginario que más te guste), ¿harás algo para darle sentido al sinsentido? Si la respuesta es afirmativa, lo que fuere debe hacerse en el presente absoluto.

No tengo nada contra los finales felices de la ficción, he disfrutado y disfruto de muchos. Como dice Woody Allen en Hannah y sus hermanas, está bueno después de todo dejar por un momento de hacerse preguntas que uno no puede responder y está bueno disfrutar lo disfrutable mientras dure. Un final feliz dura lo que dura. Después se encienden las luces de la sala, o se apaga el televisor, o se cierra el libro. Y la vida continúa. Y nos pide que construyamos nuestra historia de cada día, con sus más y sus menos, con dolores y alegrías reales, con acciones y consecuencias. No se puede ir al cielo sin morir, decía el psicoterapeuta Sheldon Kopp en Al encuentro de una vida propia. Los finales felices ofrecen un atajo. Pero no nos liberan de hacer nuestro propio camino.


Por sinay