"¿Cómo hemos de actuar en un mundo sin Dios ni significado?", se preguntaba Albert Camus en su cuaderno de notas hacia 1942, hace setenta años, en una Francia que, bajo el régimen de Vichy, encabezado por el mariscal Philippe Petain, se postraba vergonzosamente ante el nazismo. Eran tiempos oscuros, sin un mañana visible. El autor de "El extranjero", "El mito de Sísifo", "El hombre rebelde" y "Calígula" era un hombre moral. Sabía que la moral no se inyecta desde afuera, que es una responsabilidad personal e intransferible, que no se predica (eso es de moralistas), sino que se vive. Se vive a todo riesgo. La respuesta a su propia pregunta está, de puño y letra, en aquel mismo cuaderno: más que nunca, decía Camus, se trata de la solidaridad entre los seres humanos. Ser solidarios, honrar los valores humanos esenciales, ejercer el propio oficio sin renunciar a ello ni a los principios y saber que la remuneración puede ser, en tiempos así, "la cárcel o la muerte". En medio del absurdo, en esta actitud encontraba Camus el sentido de su hacer y de su vida.
Sabía que la moral no se inyecta desde afuera, que es una responsabilidad personal e intransferible
Guardando las distancias y las diferencias, aquella pregunta puede glosarse. ¿Cómo hemos de actuar hoy y aquí, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo, cuando la corrupción se expande como una mancha de aceite rancio y además es celebrada, cuando la prepotencia y el patoterismo son el pan de cada día, cuando la justicia es una farsa, cuando intelectuales, políticos o empresarios cambian posturas por patéticas prebendas, cuando la transgresión irresponsable es un modo de vida hegemónico desde la cúspide hasta la base de la sociedad, cuando la muerte absurda acecha en cada esquina, cuando la pobreza crece a la sombra de cifras manipuladas que pretenden ocultarla, cuando la cobardía borra a opositores que contribuyen a deshonrar la política, cuando la pereza mental y la hipocresía se extienden en la sociedad como una peste, al igual que la intolerancia y la miseria espiritual?
Una encuesta de TNS Gallup conocida en estos días dice que el 52% de quienes se inician en tareas solidarias voluntarias son jóvenes de entre 18 y 24 años. La mayoría de ellos dona su tiempo libre, sus fines de semana. En el suplemento Comunidad, del diario La Nación, se da cuenta de la cantidad de personas de bajos recursos y de diferentes edades (caídas del sistema prebendario o ajenas a él) que inician microemprendimientos exitosos con apoyo de ONG y basados en su tenacidad, compromiso y responsabilidad. En al menos diez partidos del conurbano bonaerense (sin contar el interior del país) grupos de vecinos se organizan para defender, rescatar o preservar espacios públicos amenazados por la voracidad empresarial inescrupulosa y la corrupción política inmoral.
Actúan moralmente donde reina la inmoralidad. Hacen lo que se debe. Empiezan por donde es necesario. Por abajo.
Todos ellos resisten. Todos ellos hacen política. No agitan banderas, no salen a acallar a nadie con gritos ofensivos y patoteros, no buscan la ventaja rápida de un subsidio tramposo. No hacen pogo, no actúan como barras bravas. Hacen política. Hacer política es ocuparse de los espacios físicos y simbólicos de la "polis" (es decir de la comunidad, y por lo tanto comunes) para mejorarlos, transformarlos y convivir creativa y fecundamente en ellos, para enriquecerlos desde la diversidad. Afortunadamente los corruptos, los inmorales, los cobardes y los oportunistas no han arrasado a estas personas. No hay allí negocios rápidos (tampoco hay elecciones a la vista). Acaso olfatean que en esos cotos no hay caza. No son cotos, son reservorios morales, espacios de resistencia creativa, yacimientos de esperanza, fogatas orientadoras en medio de la noche cerrada. Acaso algunos de ellos sepan de Camus y acaso muchos no. Qué importa. Actúan moralmente en donde reina la inmoralidad. Hacen lo que se debe. Empiezan por donde es necesario. Por abajo. Por el lugar en el cual se está, en el que se vive y se convive, en la vida de cada día. Y vislumbran allí el sentido de cada una de esas vidas.