Investigadora Argentina desarrolló una tecnología para estudiar los movimientos sísmicos pasados , incluso los ocurridos hace más de 50 años‏
Por tomamateyavivate
  
Miercoles, 03/10/2012
¿Dónde ocurren los sismos en Argentina? ¿Tienen una frecuencia determinada? ¿Se pueden tomar acciones para atenuar sus efectos?


El Simulador de Terremotos instalado en Tecnópolis por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva sorprende a los visitantes. Están sentados dentro de una habitación que reproduce el paisaje de la ciudad de San Juan en 1944 mientras escuchan la historia de la ciudad y, de repente, el piso comienza a sacudirse. Pero después del desconcierto inicial, la simulación termina y la gente regresa a suelo firme. Sin embargo durante el verdadero evento el final no fue tan feliz. El saldo fueron más de 8 mil muertes y la destrucción casi total de la ciudad.

Víctor Ramos, investigador superior del CONICET en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (IDEAN, UBA-CONICET) explica que en Argentina existe una zona de alto riesgo sísmico donde ocurren la mayoría de los terremotos del país y que abarca el centro de Mendoza, atraviesa San Juan, La Rioja y llega hasta el sur de Catamarca. Esta concentración de fenómenos sísmicos se debe a que la placa oceánica de Nazca, que se hunde debajo del continente desde Colombia hasta el norte de Chubut con una inclinación de 30º, “justo en esa región está casi horizontal, por lo que aumenta la fricción con la placa continental y esta compresión produce la actividad sísmica”, comenta.

Según Ramos esto lleva a que en la zona ocurran pequeños sismos de baja intensidad casi a diario y con una magnitud menor a 3 en la escala de Richter. Este sistema mide la energía liberada por un terremoto, en una escala que va de uno – imperceptible para el ser humano – hasta 10 – capaz de fracturar el planeta. A pesar de que la mayoría de estos eventos pasan desapercibidos, hablan de una intensa actividad sísmica en la zona, que de acuerdo con los especialistas es necesario conocer con exactitud para fabricar mejores construcciones sismorresistentes y prevenir futuras catástrofes.

Patricia Alvarado, investigadora independiente del CONICET en el Departamento de Geofísica y Astronomía de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ) desarrolló una tecnología para estudiar los sismos históricos – ocurridos hace más de 50 años – a partir de registros en papel: los pasan a formato digital y analizan como si estuvieran ocurriendo en este momento. “Esta metodología nos permite hacer modelos predictivos, cuantificar la fuente que los produce y analizar eventos que pasaron incluso un siglo atrás”, explica. Junto con su equipo recolectaron registros de terremotos que ocurrieron en Argentina y Chile y comparan los valores con los obtenidos en episodios contemporáneos. “No sólo nos permite describir los fenómenos que llevaron, por ejemplo, a la formación de montañas sino determinar además la frecuencia de la actividad y planificar construcciones sismorresistentes en función de los resultados”, asegura.

Estos estudios son fundamentales al encarar obras civiles como edificios, caminos, puentes, túneles, diques o emprendimientos mineros. Pero además se pueden utilizar para determinar el riesgo en cualquier otra zona donde se quiera, por ejemplo, albergar una planta de energía nuclear y prevenir catástrofes como la de Fukushima, en Japón. “Para lograr que un edificio sea sismorresistente se incorpora una estructura en forma de jaula, formada por vigas y columnas de hormigón armado, cuya función es evitar que el edificio se desarme como un castillo de naipes”, explica Luciano Oldecop, investigador del Instituto de Investigaciones Antisísmicas de la UNSJ. “Este concepto se puede aplicar a cualquier tipo de edificio, desde una casa hasta una estructura más grande”, remarca.

Antecedentes

El terremoto de San Juan de 1944 tuvo una magnitud superior a 7 en la escala de Richter y es uno de los más conocidos, pero hubo otros episodios en el país y la región que tuvieron una intensidad igual o mayor. De acuerdo con Ramos el terremoto de 1977 en Caucete, provincia de San Juan, fue 7.5 en la escala Richter, similar al que destruyó en 1861 la ciudad de Mendoza. Un episodio semejante arrasó la capital de La Rioja. “Se conoce como el Gran Terremoto Argentino porque se estima que su magnitud fue superior a 8”, enfatiza, y resalta que en todo mundo hay sólo cuatro o cinco terremotos de intensidad 7 o mayor por año.

Sin embargo “los países que están en mayor riesgo son aquellos en las márgenes del Pacífico, como Chile”, analiza. El que ocurrió en Valdivia, al sur del país en 1960, tuvo una magnitud de 9.5 en la escala de Richter y es el mayor registrado en la historia hasta el momento. Además de dejar un saldo de más de 2 mil muertes, el tsunami posterior causó más de 200 bajas en Hawaii, Japón y las Filipinas. Alvarado explica que, sin embargo, no es sólo importante determinar la frecuencia e intensidad de los eventos, sino considerar la zona geológica y las condiciones del suelo donde ocurren. “No es lo mismo un sismo en la cordillera, donde la energía se libera a través de las fallas y quebradas del terreno, que en una zona cubierta con sedimentos, que amplifican las ondas sísmicas”, grafica.

Un ejemplo es el evento de 1985 en México, donde a pesar de que el epicentro se localizó a más de 300 kilómetros de la capital, el DF fue una de las zonas más afectadas porque está construido sobre un lago seco con muchos sedimentos. Considerar el efecto de los sedimentos y el suelo y su rol en la atenuación o propagación de las ondas es importante a la hora de elegir un sitio de construcción. Oldecop explica que se suelen tomar en cuenta tres factores: tipo de suelo, el espesor de la capa de sedimentos y la profundidad donde se encuentra la napa freática de agua. “No es lo mismo que la estructura se apoye sobre grava, que es rígida, que sobre una capa de arcilla que tiende a amplificar las ondas”, comenta. El espesor influye de la misma manera: cuanto mayor es en suelos blandos, más se transmiten las ondas.

En el caso del agua, si se encuentra a poca profundidad se puede dar durante el sismo un fenómeno secundario conocido como licuación. “Ciertos tipos de suelo, como las arenas y los limos, se transforman momentáneamente un líquido viscoso que puede llevar al hundimiento o desmoronamiento de las estructuras”, concluye.

Fuente:Ministerio de Ciencia

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