Científico Argentino logró cartografiar con mucha precisión cómo el aislamiento social daña el cerebro
La ciencia está trazando un mapa cada vez más detallado del impacto desolador que tiene el abandono en el cerebro infantil.
Los estudios de Jean Decety en la Universidad de Chicago, muestran que los circuitos neuronales de los chicos desatendidos o maltratados en los primeros meses de vida se ensamblan distinto de los que reciben alimento y afecto. Un trabajo recientemente dado a conocer por Charles Nelson y Margaret Sheridan, que siguieron durante 12 años a chicos que iniciaron sus vidas en orfanatos rumanos célebres por su trato despiadado (donde un solo preceptor se ocupa de 20 internos), documentó déficits cognitivos, problemas de desarrollo, enfermedades mentales y hasta reducciones en el tamaño del cerebro en los que habían pasado sus primeros dos años en una de esas instituciones.
Ahora, en una investigación realizada con Manabu Makinodan, Kenneth Rosen y Susumo Ito, del Hospital de Niños de Boston , el científico argentino Gabriel Corfas pudo cartografiar con mucha precisión cómo se traduce en el nivel molecular el aislamiento en etapas tempranas de la vida: los científicos vieron que, en ratones que fueron aislados de sus congéneres durante dos semanas inmediatamente después del destete, se daña el desarrollo de las células que cubren y protegen los axones [prolongaciones por las que se transmiten los mensajes] neuronales de la corteza prefrontal, llamadas oligodendrocitos. Son las que forman la mielina o sustancia blanca del cerebro, también conocida como glia.
El aislamiento social y un entorno desprovisto de estímulos afecta el desarrollo de las células aisladoras del cerebro -explica Corfas, cuya investigación se publica hoy en Science -. De hecho, parece que hay un período distintivo en el que las experiencias sociales contribuyen a la maduración apropiada de estas células.
Comparados con ratones que fueron criados con compañeros de juego y un abastecimiento rotativo de juguetes, los individuos aislados experimentaron cambios en la función cerebral que no pudieron ser revertidos reubicándolos luego en un entorno más social y estimulante.
LAS HUELLAS DEL ABANDONO
Estos hallazgos se suman al creciente cuerpo de investigación en humanos que muestra que el abandono en la niñez puede resultar en disfunciones cognitivas y sociales en la adultez. Pero agregan nuevas piezas al rompecabezas: Corfas y colegas descubrieron, por ejemplo, que la falta de interacción social reduce la expresión de una molécula señalizadora crítica para el desarrollo de los oligodendrocitos. Es más, si alteraban las moléculas implicadas en la maduración de la mielina, los animales que estaban en un ambiente enriquecido se comportaban como si hubieran estado aislados.
Hasta ahora, la comunidad científica se concentró en entender cómo la experiencia regula la formación de los circuitos neuronales -subraya Corfas-. Nuestros experimentos muestran que los efectos de la experiencia también son muy significativos en la glia.
Se sabe cuál es la función de la materia blanca: acelera los impulsos nerviosos, de modo que los axones mielinizados los conducen con mayor fidelidad que los no mielinizados. Pero según el científico no se puede precisar a qué edad humana corresponde la de los roedores estudiados.
Es difícil correlacionarlas -afirma-. Pero lo interesante es que, en personas, la mielinización de la corteza prefrontal se extiende durante las primeras dos décadas de vida, y las experiencias pueden llegar a afectarla o a mejorarla. Es una región que madura lentamente. Los ratones podrían tener una plasticidad más limitada que los humanos, de modo que podría pensarse que ciertos tratamientos podrían lograr mejorías en los chicos.
Para Facundo Manes, director de Ineco, del Instituto de Neurociencias de la Fundacion Favaloro y de la División Latinoamericana de la Sociedad para Neurociencia Social, que no participó de la investigación, estos resultados ayudan a entender la neurobiología del aislamiento social temprano y muestran que existe un periodo crítico para este proceso.
El ser humano es básicamente una criatura social -dice-. La complejidad de nuestro cerebro es consecuencia, al menos en parte, de la complejidad social que ha alcanzado nuestra especie a lo largo de su evolución. La supervivencia de la especie humana depende de la interacción social, es decir, del carácter de los vínculos que uno establece con los otros.
El aislamiento social temprano se correlaciona con una disfunción cognitiva, social y conductual en la vida adulta. Un período crítico es un tiempo durante la vida de un organismo en el que éste es más sensible a influencias del ambiente o estimulación. Los neurocientíficos estamos comenzando a comprender por qué los períodos críticos existen y por qué tienen un valor adaptativo para el organismo.
Y agrega que este elegante estudio tiene implicancias no solamente para el desarrollo normal del cerebro, sino para entender la neurobiología de diversos trastornos neuropsiquiátricos. De hecho, algunas evidencias sugieren que la inteligencia y varios desórdenes mentales podrían depender de conexiones cerebrales constituidas exclusivamente por sustancia blanca. Por ejemplo, la relación entre materia blanca y gris está alterada en problemas como el autismo, concluye Corfas.
Fuente: La Nacion
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