El Método en la Catequesis
Por lourdes
  
Martes, 31/07/2012
La palabra método viene del griego que significa literalmente “a través del camino”. La metodología será entonces un camino que nos ayudará a llegar a la meta prevista. Este camino, entonces, tiene que tener en cuenta el fin, el objetivo. Debe ajustarse a él y, además, deber tener en cuenta a quien lo transite.

Para definir o elaborar un método catequístico será indispensable definir su objetivo: “¿qué queremos lograr?” Toda reflexión sobre el método exige una reflexión seria sobre la misma vida de fe que queremos transmitir o hacer crecer. Por eso el método catequístico tiene elementos fundamentales que son como pilares para todas las épocas y para todos los ambientes. Sin embargo la vida no es una realidad invariable. Tiene movimientos y riquezas que obligan a una constante adaptación. Entre los elementos más importantes que condicionan el método podemos nombrar los siguientes:La catequesis tiene su propia metodología, diferente a otras formas de enseñanza, porque el fin de la catequesis tiene un fin específico: debe transmitir en forma sistemática y ordenada las enseñanzas de Jesús y dela Iglesia para transformar la vida del catequizado, no para estacionarse en un plano meramente intelectual. No se pretende que los catequizados sean teólogos o estudiosos de la fe, sino que conozcan a Jesús, entren en intimidad con Él, y a través de Él, con el Padre y el Espíritu Santo.

Principales características del método catequísticoPor todo esto la catequesis siempre puede sugerir, pero nunca imponer una respuesta.

Los discípulos de Emaús
Podemos señalar tres momentos diferentes:Estos tres pasos o momentos son los que la catequesis ha asumido como método propio y son habitualmente llamados: cuestionamiento, iluminación y respuesta de fe.

1. Cuestionamiento
La finalidad de este primer momento es que el catequizado abra su corazón para escuchar lo que Dios quiere decirle. Si no abre su corazón, la Palabra le llegará como algo exterior que no transformará su vida; concluirá el encuentro sabiendo más sobre Jesús o la Iglesia, pero sin ser más amigo suyo. Este primer paso puede compararse a quien prepara bien la tierra antes de la siembra.

En este momento se “pone sobre la mesa” la vida del catecúmeno; sus intereses, expectativas; sus cuestionamientos y preocupaciones más hondos. Qué piensa sobre determinado tema, cuáles son sus interrogantes, sus dudas. Estos son los elementos claves que debemos lograr que el otro manifieste. Aquí recordamos la actitud de Jesús al acercarse a los discípulos de Emaús: “¿Qué comentaban por el camino?”, es decir, ¿qué cosas de la vida los inquieta más en este momento? Solo si manifiesta lo más profundo del corazón, el hombre podrá ser iluminado por la Palabra de Dios y ésta se incorporará a su vida.

Ante cada uno de los temas de catequesis nos preguntaremos: ¿qué piensa al respecto nuestro catequizando?, ¿cómo vive esto?, ¿cómo se siente frente a esta verdad?, ¿cómo podemos hacer para que manifieste su actitud más profunda a este respecto? En definitiva, este momento de cuestionamiento consistirá en despertar en el catecúmeno el interés por el tema que queremos plantearle. Un interés vital, y no solamente intelectual. Porque queremos que su respuesta sea vital y no solo racional. Presentar de tal modo el tema de catequesis como para que el catecúmeno no pueda decir: “esto no tiene nada que ver con mi vida”, o bien, “estas son cuestiones puramente teóricas”, o, “esto importa solo a la gente que está muy metida en la Iglesia”.

En este primer momento del encuentro de catequesis se utilizarán distintas técnicas o dinámicas a fin de poner sobre la mesa el aspecto de la vida sobre el que queremos reflexionar, y que queremos dejar que Dios ilumine con su Palabra en un segundo momento. Todas estas técnicas buscarán partir de la vida de las personas, de sus intereses y preocupaciones fundamentales; para después pasar al segundo paso iluminador. Estas dinámicas pueden ser muy variadas, de acuerdo a la creatividad del catequista: lluvia de ideas, dramatizaciones, una canción, foto palabra, cuentos, preguntas, audiovisuales, situaciones imaginarias, etc. Todos ellos instrumentos y no fines en sí mismos. Son puntos de partida y no de llegada del encuentro. Lo importante es captar la atención, provocar la apertura del corazón para escuchar lo que Dios va a decir con su Palabra. En este primer paso del encuentro no interesa dar respuesta a la problemática planteada o al interrogante que se ah suscitado. No se busca solucionar el hecho que se presenta, sino crear inquietud, generar una sed que sea saciada por la Palabra de Dios.

2. Iluminación
Este es el momento principal y central de todo encuentro. La proclamación de la Palabra es el núcleo fundamental del toda catequesis. Ella es la que hace que la catequesis sea verdaderamente educación de la fe, porque ella es la que enfrenta al hombre que busca con el Dios que habla y se revela. Esto supone que el mismo catequista sea “escuchador” de la Palabra; él es portador de un mensaje que él mismo recibe. Este momento, entonces, consiste en poner en contacto al grupo y a cada uno con la Palabra de Dios, interpretándola de acuerdo con lo que cree y enseña la Iglesia, y aplicándola a la vida de los catequizandos.

El método catequístico exige la invitación y la preparación para escuchar la Palabra por el grupo. Se invita a los oyentes a ponerse en presencia de Dios, a adoptar una actitud de escucha y de fe. En la fe del AT oír es antes que ver. Para los griegos del tiempo de Jesús, y más tarde para los que desearán una religión más sabia e intelectual, la visión, la mirada tenía primacía. Querían ver el misterio de Dios, ver con los ojos del cuerpo y con los de la inteligencia. Mientras que en la Biblia lo esencial es oír. La relación del hombre con Dios está fundada, en primer lugar en la audición: “La fe viene de la predicación” dirá San Pablo (Rm 10,17); o “La fe viene de lo que se escucha”, de lo que nos entra por el oído, de lo que escuchamos.

¿Porqué esta primacía de la audición? Nuestro Dios nos ha hablado. “Yavé habla” por eso escuchar a Dios es lo esencial. Dios es la Palabra creadora del Génesis. Dijo, y las cosas fueron hechas. “Dijo” es la primera palabra que se nos ha dicho de Dios. “Es la palabra viva y eficaz”, como dirá San Pablo, “Es la palabra que no vuelve a Dios en vano”, como dice Isaías (Is.55,11). San Juan va a decir que “en el principio existía la Palabra, el Verbo”. Estamos con Dios en la relación de la boca al oído. Los profetas no cesan de decir: “escuchad”; el sabio de los proverbios va decir: “escucha, hijo”; y el israelita repetirá cada día como un credo: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor”. Cuando Jesús comience su predicación sobre las parábolas dirá: “Escuchad”, y añadirá al terminar: “el que tenga oídos para oír, que oiga”.

Pero ¿qué significa escuchar? Primero hacer silencio. Segundo estar disponible y tercero abrir el corazón. Aunque los enumeramos en tres tiempos, es una y única respuesta a Dios. Es la respuesta del Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él”. Escuchar es la respuesta a la acción de Dios que llama: es abrir la puerta, estar en estado de abrir la puerta.

Volvamos a los tres momentos: primero el del silencio. Escuchar y hacer silencio van juntos, aunque parezca obvio. El silencio es la ayuda que prestamos a Dios para que venga a nosotros, es el agua agitada que se aquieta y se calma; la vida del espíritu necesita silencio, así como la vida muscular necesita de movimiento. No es un silencio rígido sino el lenguaje que prepara al amor.

Segundo momento: estar disponible. La Palabra de Dios solo puede penetrar en seres despojados y vacíos. Difícilmente el rico está disponible. Tiene demasiadas ocupaciones. Por eso es más difícil que un rico entre en el reino de los Cielos, que un camello pase por el ojo de una aguja. Posee demasiadas cosas y tiene abarrotado el corazón. La Palabra es recibida por los que esperan y llaman.

Por último, abrir el corazón. Es consecuencia de las dos actitudes anteriores. Yo puedo escuchar, incluso estar vacío, pero Dios abre el corazón. En este sentido encontramos en el libro de los Hechos la conversión de Lidia: “fuimos a la orilla de un río... nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia... estaba escuchando, y el Señor le abrió el corazón para que hiciera casa a los que decía Pablo” (Hech.16,13-14). Todo está dicho aquí: escuchar (“estaba escuchando”), el resultado de escuchar (“el Señor le abrió el corazón”), y la necesidad de un mensajero (“lo que decía Pablo”).

No se leerá un texto cualquiera, sino el que ayude a conocer cuál es la mirada de Dios sobre la situación que se estuvo analizando. Aquí, entonces, escuchamos a Dios; al comienzo del encuentro “escuchamos hablar a la vida”, ahora lo escuchamos a Dios. Y lo que Dios quiere decirnos respecto de un tema es especial. Queremos que Él nos cuente lo que piensa y siente sobre éste o aquel punto de la vida de los hombre. Compartimos nuestras dudas e inquietudes; ahora, en este segundo momento, queremos dejar hablar a Dios. Saciar esa sed con el agua de su Palabra.

Después de la proclamación propiamente dicha el método catequístico exige generalmente. Un trabajo de apropiación de la palabra. Esto consiste en el esfuerzo de saber entender lo que Dios dijo. Ayuda muchas veces la reconstrucción del texto, la relectura, las preguntas adecuadas sobre el contenido y el sentido. Será necesario explicar palabras y situaciones, ubicar lo dicho en su contexto, hacer referencias históricas o geográficas, etc. En una palabra, la comprensión de lo proclamado. Pero se debe tener en cuenta que esta comprensión, siempre desemboca en el encuentro con el Misterio de Dios. No se trata, entonces, de una mera comprensión intelectual, sino de una relación de amor con Dios.

Es imprescindible que el método catequístico tenga en cuenta también la aplicación. La relación entre la vida concreta planteada en el primer momento (cuestionamiento) y la Palabra de Dios. Se tratará de que sea respuesta a una pregunta, fe para renovar la vida.

Retomando el texto de los discípulos de Emaús, vemos cómo el mismo Jesús ilumina la vida de estos hombre con la luz de la Palabra: “Comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él”.

3. Respuesta de fe
Después de haber reflexionado sobre los cuestionamientos, criterios, dudas, de los interrogantes del grupo y haber escuchado la Palabra de Dios que ilumina, se espera que cada uno incorpore a su vida la enseñanza de Dios y crezca en su fidelidad hacia él. La respuesta dependerá de la resonancia que la Palabra tuvo en cada uno. A veces se vive con alegría, otras moviliza y provoca una crisis porque cuestiona actitudes y modos de vida. La catequesis apunta a un proceso de cambio a partir del encuentro con Jesús, que cada persona tiene individualmente. El grupo ayuda, acompaña y sostiene el proceso de sus miembros.

Por todo esto, la respuesta debe ser libre y respetada por los demás. No olvidemos que todo proceso de cambio necesita tiempo para poder realizarse. Hay que darle a cada uno el tiempo que precise. Por eso, a menudo, los cambios no se ven de un momento para otro, sino después de un largo período. No se trata de imponer o forzar actitudes, sino de ayudar a poner en marcha un proceso para que esa respuesta sea para toda la vida y el compromiso sea cada vez mayor. Esto también exige, de parte de catequista, crear un clima de suficiente libertad y respeto como para que cada uno de la respuesta que realmente cree y siente dar. De nada serviría que para dejar conforme al catequista todos dijeran lo que éste quiere escuchar. Y en caso de no recibir la respuesta deseada y esperada, el catequista sabrá que no es a él a quien se rechaza. Tal vez, no sea el momento adecuado, simplemente. Es por esto que este tercer momento dura, en realidad, toda la vida ya que es a lo largo de la propia existencia cuando el cristiano va dando, una y otra vez este respuesta libre y personal al Dios que lo llama. Este momento, por tanto, sigue con la vida; y por esto, es catequista nunca podrá del todo “medir” el alcance de este respuesta.

Siguiendo el texto del evangelio de Lucas, los discípulos responde al encuentro con Jesús, con alegría, con gozo, con entusiasmo. Ellos mismos se ponen en marcha hacia la comunidad cristiana reunida en Jerusalén; una vez allí cuentan y dan testimonio de lo que han visto y oído: “¡Es verdad, el Señor ha resucitado!”. Es interesante ver como la respuesta personal de los discípulos se “eclesializa”, es decir, culmina con un encuentro eclesial; no queda en la experiencia personal e íntima del encuentro con el Resucitado. Casi como algo necesario, se abre a los hermanos. En primer lugar, los discípulos la comparte entre sí: “Y se decían: no ardía acaso nuestro corazón...”; y en segundo lugar la ponen a juicio de la autoridad de la Iglesia: “se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once...” El encuentro con Jesús no queda solamente el plano de lo subjetivo; también se objetiviza en la Iglesia. Y allí es donde crece al compartirse.


Por lourdes