Emmanuel: El DIOS con Nosotros.
Por lourdes
  
Lunes, 30/07/2012
Podríamos que la gracia divina es la presencia de Dios en el hombre. En realidad, la gracia no es algo distinto de Dios, es Dios mismo habitando en el corazón del hombre. Veremos qué fue pasando a lo largo de la historia entre este Dios y el hombre. Para eso vamos a recorrer la Escritura: ella nos cuenta la historia como historia de salvación; historia de encuentros y de desencuentros.

¿Cómo comienza la historia del hombre? El libro del Génesis nos habla de un Dios que sale a buscar al hombre al atardecer; un Dios que quiere vivir en profunda comunión con el hombre. ¿Con qué se encuentra? con un hombre que se oculta, se esconde de su presencia; “Oyeron el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahvé Dios por entre los árboles del jardín… Te oí andar por el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí” (Gn. 3,8-10). Este es el comienzo de tantos desencuentros no solamente con Dios sino también entre los mismos hombres. Adán y Eva, Caín y Abel, la Torre de Babel: todas estas historias de desencuentros. Dios piensa al hombre para vivir en comunión pero el hombre vive de otro modo.

Más adelante, en el libro del Éxodo, Dios vuelve a la carga con su proyecto original de morar, vivir con los hombres. Por eso escoge para sí un grupo de familias, que luego serán un pueblo. De entre todos escoge un líder-pastor: Moisés. Con la gesta liberadora de Egipto lo que Dios busca es conquistar el corazón del pueblo. Quiere que este pueblo sea suyo: el Pueblo de Dios. Cuando Yahvé se le aparece a Moisés en el desierto, lo primero que le dice es: “Yo estaré contigo” (Ex.3,11); cuando Moisés pregunta por el nombre de Dios, él responde diciendo: “Yo soy el que estoy”. Dios se define por la presencia y no tanto por la existencia. Cuando uno necesita a alguien precisa que esa persona esté, no solamente que exista. La clave de Dios no es simplemente estar, sino estar con. El quiere ser con, no ser solo. El problema es el hombre que no siempre quiere estar y ser con Dios. Dios quiere liberar al pueblo de la esclavitud del Faraón; lo quiere liberar para estar con ellos. Este es el Dios con su pueblo; no es simplemente un Dios que quiere ser adorado como tal, recibir ofrendas, sacrificios y honores. Más adelante el profeta Isaías lo nombrará como el Emmanuel, es decir, el Dios con nosotros (Is.7,14).

Al término de toda la liberación de Israel de Egipto Yahvé se hace presente de un modo fuerte. “La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria de Yahvé llenó la Morada… En todas las marchas, cuando la Nube se elevaba de encima de la Morada, los israelitas levantaban el campamento. Pero si la Nube no se elevaba, ellos no levantaban campamento en espera del día en que se elevara” (Ex.40,34-37). Para el pueblo la gran referencia de vida era la presencia de Dios en medio de ellos. No existía otro parámetro sino Yahvé, el pueblo debe seguir a Dios. Esta presencia de Dios engendra la obediencia de parte del pueblo. Si Dios es su pueblo, la respuesta será entonces la obediencia. Este encuentro significa obediencia porque no es un encuentro entre pares. Del encuentro surgirá un modo concreto y especial de vida; a partir de este encuentro con Dios la vida será distinta. Por fin Dios puede habitar con su pueblo. Como signo de esta presencia la Tienda del Encuentro, la Morada. Porque justamente es el Dios del encuentro.

Lo dice el mismo Dios: “Me encontraré con los israelitas en ese lugar que será consagrado por mi gloria. Consagraré la Tienda del Encuentro… Moraré en medio de los israelitas y seré para ellos Dios. Y reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios, que los saqué del país de Egipto para morar entre ellos. Yo Yahvé su Dios” (Ex.29,43-46). Aquí tenemos el “para qué” de todo el éxodo y de la salida de Egipto: para habitar con los hombres. En realidad podríamos ir más lejos: este es el objetivo del Génesis, es decir, de la creación del mundo y del hombre; Dios crea al hombre para estar con él. Tanto para Dios como para el hombre, la Tienda del Encuentro significa la gran posibilidad de vivir con. Aquí lo que importa no es tanto la Morada, el templo en cuanto edificio, sino lo que este representa como posibilidad: encuentro con Dios y entre los hombres. Esto deja de lado toda interpretación mágica de Dios; en el templo no encuentra el hombre una fuerza poderosa que puede usar a su antojo, encuentra un Tú con quien dialogar. Ese es Dios.

Dios es quien consagra la Tienda del Encuentro y no lo hace por medio de sacrificios o rituales llevados adelante por sacerdotes consagrados. Dios consagra la Tienda con su misma presencia. No es el obrar del hombre el que hace santo y consagrado el lugar, es la misma presencia de Dios quien consagra y santifica el lugar. Y esto lo decimos también para la vida de los hombres no solamente para los templos. No es el hombre con su moral quien consagra la vida, es la presencia del Dios Santo quien santifica la vida del creyente.

Esta historia está plagada de encuentro y desencuentros. La presencia de Dios con el hombre está asegurada por la fidelidad de Dios. La presencia del hombre es más volátil e inestable. Son muchos los textos en donde el pueblo reniega de Dios, duda de su presencia, murmura contra El. El pueblo que adora a un becerro de oro (Ex.32) es solo un pasaje de entre muchos. ¿Por qué la historia continúa después del becerro de oro?: porque este Dios es un Dios de misericordia y de perdón. Es el Dios que vuelve una y otra vez a su pueblo para que éste lo acepte. Tantas veces este Dios toma la forma de un esposo que busca desesperadamente re-enamorar y seducir a su amada que anda detrás de otros amores. “Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón… y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Y sucederá aquel día que ella me llamará ‘Marido mío’… Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé.” (Oseas 2,16-22). Este Dios no se da por vencido con facilidad; vuelve a buscar a su esposa-pueblo para enamorarla.

Como Dios no cesa en su objetivo de habitar con los hombres, de ser un Dios con, en la plenitud de los tiempos es Dios mismo quien viene a habitar la historia de los hombres: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada (tienda de campaña) entre nosotros” (Jn.1,14). Jesús es ahora la verdadera Tienda del Encuentro, el verdadero Templo; acampa entre nosotros “y hemos contemplado su gloria” (Jn.1,14); gloria como manifestación de la presencia de Dios. El resplandor de Dios que ningún hombre podía ver ahora es contemplado por todos los hombres. La tienda que Dios planta entre los hombres es la misma humanidad de Jesús. En esta humanidad se refleja la gloria de Dios. De ahora en más habrá para siempre una conexión entre la presencia de Dios y la humanidad.

Al final de toda la historia, el libro del Apocalipsis nos relata la consumación de esta historia de salvación, la realización plena de la voluntad de Dios. “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva… y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: “esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su Pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Apoc.21,1-4)

En definitiva este Dios es Dios de encuentro. Si no existe encuentro el templo, la religión no son nada, no sirve para nada. Un templo que no sea un lugar de encuentro con Dios y entre los hombres no es templo, es un montón de ladrillos. Pero no nos estamos refiriendo solamente al templo como construcción edilicia; también a nosotros mismos como templos del Espíritu Santo. “¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1Cor.3,16). Qué es el hombre si no se encuentra con otros hombres y con Dios. Sin el encuentro la vida deja de ser vida.

El Pueblo de Dios lo es por la presencia de Dios en medio; la existencia de un pueblo de Dios queda supeditada a que ese Dios esté presente en ese pueblo. El está siempre; son los hombres los que no siempre quieren ser-con-Dios. El mismo pueblo no siempre quiere ser de Dios. Es la búsqueda de una independización que es más bien camino de egoísmo y de muerte; camino de no-encuentro. El gran problema no es la presencia de Dios sino la del hombre frente a Dios.


Por lourdes