La Estructura de la MISA.
Por lourdes
  
Lunes, 30/07/2012
La misa consta de dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía. Estos son los momentos más importantes. Junto a ellos también distinguimos los ritos iniciales y los ritos conclusivos. Estos últimos son secundarios.

Ritos introductorios
Constan de todo lo que precede a la Liturgia de la Palabra. Va desde el canto inicial hasta el “Amén” que concluye la oración llamada “colecta”. Su finalidad es constituir es comunidad a los fieles reunidos y disponerlos a escuchar debidamente la Palabra de Dios. Son ritos que buscan cómo ponernos en clima.

Toda reunión siempre supone una convocatoria, implica una congregación de miembros, tiene un objetivo determinado, exige una participación más o menos ordenada, y da lugar a un tipo u otro de “asamblea”. En una asamblea se analizan situaciones y problemas, se dialoga, se discute, se toman resoluciones. La asamblea viene a ser hoy como pieza clave de la democracia. También los cristianos nos reunimos en asambleas; pero nuestra asamblea por antonomasia es la Eucaristía. Si es verdad que los ritos de apertura tienden a constituirnos en asamblea eucarística, ¿podríamos decir que efectivamente cumplen su objetivo? ¿No hay entre nosotros individualismo e indiferencia? ¿No parecemos más un conglomerado de desconocidos que una asamblea de creyentes?

El rito introductorio tiene como objetivo:En esta preparación conviene destacar ciertas actitudes fundamentales:
La formación de la Asamblea:
¿Qué es una asamblea eucarística? Son los que han recibido un mismo bautismo, tienen una sola fe, confiesan a un solo Dios y Padre, que nos ha salvado por Jesucristo y nos renueva con su Espíritu (cf.: Ef.4,4-6). Son cristianos que desean expresar, celebrar y renovar su fe en la fe de la misma Iglesia. Se constituye, no por iniciativa humana, sino por iniciativa divina. Es Dios quien convoca a los hombres y no los hombres quienes convocan a Dios. Por eso en la asamblea eucarística no puede no estar presente Aquel que la convoca: el Dios de Nuestro Señor Jesucristo. En su nombre nos reunimos (“En el nombre del Padre...”), con su nombre nos saludamos (“El Señor esté con ustedes), por su nombre nos dirigimos al Padre (“Por Jesucristo nuestro Señor”). Cristo promete su presencia en la asamblea, y está presente de diversas maneras: por la misma asamblea y por el que la preside, en la Palabra y en el Sacramento. La asamblea eucarística debe ser una asamblea de comunión eclesial, en comunión con la Iglesia. No puede haber verdadera eucaristía si no es eucaristía eclesial. La verdadera asamblea eucarística se constituye como tal cuando no es contradictoria ni discriminatoria. Cuando no se basa en motivos puramente humanos, como la cultura, la amistad, etc. Cuando reúne a hermanos que viven, no bajo el signo de la división o del odio, sino del amor y de la reconciliación propios de la fraternidad cristiana.

La conversión de la asamblea.

Si la Iglesia es santa y está siempre necesitada de purificación, ¿cómo no admitir esta misma necesidad en la asamblea, signo concreto y visible de la Iglesia? Por eso es lógica que se haya incluido en la misa ritos, gestos y oraciones de conversión y reconciliación, como el “beso de la paz”, la oración del Padrenuestro, el rito penitencial. La eucaristía es un encuentro de hermanos, entre los que muchas veces hay divisiones e injusticias, odios y egoísmos. No es posible una verdadera celebración si no hay una verdadera conversión, un auténtico deseo de reconciliación. La eucaristía es un momento privilegiado para la conversión y el perdón comunitarios.

Actitudes para la participación
Liturgia de la Palabra
Comprende desde la primera lectura hasta la oración común u oración de los fieles o intenciones.

Puede decirse que, en condiciones normales, no hay encuentro humano, ni reunión en los que la palabra no juegue un papel importante. La palabra es expresión de la interioridad, medio de comunicación, llamada al encuentro y al diálogo, puerta de acceso al misterio del otro. Pero la palabra cobra muchos sentidos según la intención cómo se la pronuncie. Hay palabras monológicas, porque se dicen con la intención de afirmarse a sí mismo; y palabras dialógicas, porque tienden a interpelar y suscitar la respuesta de los demás. Se dan palabras verdaderas y falsas, palabras inteligibles e ininteligibles. Podríamos señalar otras muchas distinciones. Baste lo dicho para comprender que la calidad de una palabra puede medirse por su carácter dialógico, por su verdad expresada, por su inteligibilidad concreta.

También en la asamblea eucarística tiene un puesto primordial la Palabra. En la eucaristía la Palabra se proclama y se anuncia, se explica y se aplica, se hace oración y canto, diálogo y respuesta, acontecimiento y celebración. Esta Palabra, aun siendo palabra humana, no es sólo palabra del hombre, es sobre todo “Palabra de Dios”. Y esto, no sólo porque nos habla de Dios y sobre Dios, sino porque en ella y a través de ella habla Dios mismo. Pero se hace necesaria una distinción: no toda palabra que se pronuncia en la eucaristía es palabra de Dios. Llamamos “Palabra de Dios” a lo que se contiene en la Escritura y se proclama en la asamblea. Llamamos “palabra de la Iglesia” a la que pronuncia el sacerdote en la homilía, en comunión con la enseñanza de la Iglesia.

La Palabra se proclama y se escucha en la lectura, se medita y se acoge en el silencio y el canto, se profundiza y aplica en la explicación de la homilía, y se torna respuesta de fe y compromiso en el Credo y la oración universal u oración de los fieles. Dios llama por su Palabra proclamada en la Iglesia y el hombre responde con su fe, en la fe de la Iglesia. Esta Palabra de Dios proclamada implica la misma presencia de Dios como el verdadero proclamador. Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo presente en su Palabra, quien anuncia el Evangelio. Proclamar la Palabra en la asamblea eucarística es hacer presente entre nosotros al que permanece presente en su Palabra, con su fuerza salvadora, más allá del espacio y del tiempo. Cristo no ha caído en el silencio. Presente en su Palabra sigue hablándonos.

En la eucaristía esta Palabra se hace viva y eficaz; se convierte en noticia que resuena y en acontecimiento que se celebra. De este modo lo anunciado se actualiza y realiza. Vuelve a tener nuevamente cumplimiento lo que se anuncia y se proclama en la Palabra. Es la Palabra eterna del Padre, el Hijo Eterno que se hace carne, y se nos da como pan de vida que ha bajado del cielo (Jn1, 14; 6,35). Sean cuales sean los textos que se proclaman, siempre se anuncia y realiza el único misterio de la Redención y Salvación, anunciado de antiguo por los profetas, realizado en Cristo Jesús, continuado en la Iglesia.

En esta parte cabe poner de relieve:La actualización de la Palabra por la homilía

La homilía es explicación del contenido central de la Palabra; aplicación a la vida concreta de la comunidad. La homilía se centra en los textos y el misterio proclamados, arranca y se enraiza en la vida y encuentra su pleno sentido en la celebración del misterio y la vida. La homilía es a la vez anuncio que forma a la fe, la confirma y transforma la vida, celebrando la misma vida de la fe. La homilía tiene un carácter salvífico porque proclama las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación. Tiene un carácter actualizador porque declara estas maravillas como operantes y presentes en la celebración actual, continuadoras de las intervenciones salvíficas. La homilía como la misma celebración, es memoria del pasado salvífico, anuncio de una presencia salvadora, y profeta de un futuro de salvación.

La respuesta a la Palabra por la profesión de fe y la oración

La Palabra invita al diálogo, expresa el encuentro y la comunicación y reclama una respuesta. Esta respuesta para la asamblea eucarística es la profesión de fe. Para creer se ha escuchado la Palabra, y porque se ha creído se invoca al autor de la Palabra, confesándolo como el Dueño, el Salvador y el Señor. Se trata de una profesión solemne (tiene lugar dentro de la celebración), pública (ante los demás), comunitaria (porque lo hace la comunidad), objetiva (expresa la fe de la misma Iglesia).

En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo ejercitando su función sacerdotal que le viene del bautismo, ruega por todos los hombres, intercediendo ante Dios por sus necesidades. Esta oración expresa la apertura universal de la fe que hemos creído y proclamado en el Credo; manifiesta el sentido universal de la salvación y solicita y requiere la solidaridad del pueblo de Dios con todos los hombres.

Actitudes para la participaciónAplicación para la celebración y la vida

La Palabra de la Eucaristía del domingo puede prepararse de muchas maneras:
Liturgia de la Eucaristía
Comprende desde los ritos de presentación de las ofrendas hasta el “amén” con que se termina la “oración después de la comunión”.

Presentación de Ofrendas

Lo difícil para el hombre no suele ser dar, sino dar sin esperar recibir, dar gratuita y desinteresadamente. Pero incluso esto somos capaces de hacerlo: gestos altruistas o filantrópicos que le hacen salir al hombre de sí mismo. Sin embargo, este dar sin esperar respuesta puede ser algo neutro, frío, indiferente, y hasta egoísta y humillante. Se puede dar de nodo paternalista, se puede ofrecer impersonalmente; puede ser una moneda que se tira al pasar o un dinero que acalla mi conciencia. Lo realmente importante en el don, no es dar, sino darse. No es dar de lo mío, sino darme a mí mismo. Con otras palabras, es dar dándose. Es ofrecerse a sí mismo en la ofrenda. Cuando el don, además de ser desinteresado implica y compromete al donante, llega a su máxima verdad de don. Entonces el que recibe el don ya no se considera como un “él”, sino como un “tú”. En este sentido la parábola de los talentos nos ilumina (Mt.25,14ss) en esta dinámica de entregar a Dios todo lo que hemos recibido de él.

La liturgia eucarística comienza con una presentación y ofrenda de dones materiales ¿Cómo nos sentimos los donantes en la realización de este gesto? ¿Cuál es la actitud con la que “entregamos” el don?

Se desarrolla en la procesión con la que son llevados al altar el pan y el vino hasta el altar. Durante la procesión los fieles participan con el símbolo del pan y del vino: se ponen en la misma actitud de docilidad que tienen ese pan y vino, de entrega y de disponibilidad; como el pan y el vino se disponen a ser a ser transformados en el mismo Cristo. Así, disponibles, dóciles y abiertos, deben estar cada fiel y cada comunidad cristiana, para que también ellos se “transformen” en el mismo Cristo, según aquello de San Pablo: “Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal2,20).

En el transcurso de este momento el sacerdote se lava las manos expresando por este rito su deseo de purificación interior (El sacerdote dice en silencio: “Lava del todo mi delito Señor, y limpia mi pecado”). A continuación el sacerdote invita al pueblo a que ruegue por él, a fin de que el Señor reciba “a través de sus manos” el Sacrificio que en la persona de Cristo realizará a continuación (El sacerdote dice: “oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”; y el pueblo responde: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien, y el de toda su santa Iglesia”).

Profundización en el sentido

La liturgia eucarística está ordenada siguiendo la pauta de las palabras y gestos de Jesús en la última cena. Ya que:En su conjunto, la liturgia eucarística está polarizada por dos centros: la plegaria eucarística con la consagración, y la participación en el sacrificio con la comunión.

Preparación de los dones

Se advierte un “cambio de escena” o de lugar de desarrollo de la acción: antes el lugar había sido el ambón, ahora es el altar. Se comienza bendiciendo a Dios, porque Dios mismo nos ha bendecido (“Bendito seas Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra...”). Los dones que el Señor nos ha concedido y que hemos hecho “nuestros”, se los devolvemos los hombres como dones para el sacrificio. No hay mejor ofrenda para Dios, que el don de Dios aceptado por el hombre.

Ofrenda de sí mismo más que ofrenda de los dones

Lo que se quiere poner de relieve aquí es expresar de modo cualificado la ofrenda personal de los participantes y de la Iglesia entera. La Iglesia y cada uno de los participantes ofrecen ofreciéndose a sí mismos. En realidad, los dones no son la ofrenda, sino el signo de la ofrenda. Los verdaderos dones para el sacrificio, no son solo el pan y el vino, sino los que presentan rl pan y el vino. Si en este momento puede señalarse un sentido de ofrenda, no es porque se ofrece a Dios pan y vino, sino porque por el pan y el vino nos ofrecemos a nosotros mismos, con el sacrificio de nuestra vida entera, como expresión de una actitud sincera que nos permitirá unirnos después al sacrificio de Cristo, para ser con él un única oblación agradable a Dios.

Dones para los pobres más que dones para el altar

Pero, ¿dónde se manifiesta que la presentación de los dones es la ofrenda de sí mismo? La ofrenda y la colecta son el gesto que manifiestan nuestro sacrificio. Se acercan al altar las ofrendas y también se puede aportar dinero o otras donaciones para los pobres o para la Iglesia, que los fieles mismos pueden presentar o ser recogidas en la nave de la Iglesia. El origen del rito de la presentación de ofrenda y dones materiales es muy antiguo. San Justino (siglo II) dice que cuando los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía no pueden dejar de pensar en los más pobres y necesitados. Y San Cipriano (siglo III) afirma que no se puede venir a celebrar el Sacrificio sin traer un “sacrificio” para los pobres.

Es agradable a Dios nuestra ofrenda, cuando va unida al amor y a la caridad a los demás. El gesto de presentar el pan y el vino para el banquete eucarístico, solo tiene pleno sentido cuando se presentan también otros dones para que todos puedan tener “pan y vino”. No se pude compartir el pan de la Eucaristía sin estar dispuestos a compartir el pan de la vida. Este debe ser el sentido de las ofrendas y la colecta.

Actitudes para la participaciónCon respecto a este momento podríamos preguntarnos ¿Cuál es la actitud con la que participamos en este momento de la Eucaristía? ¿Qué valor se da en nuestra comunidad a la colecta, como signo y medio de realizar la comunicación de bienes?

Plegaria de acción de gracias o plegaria eucarística

Comprende desde las aclamaciones del prefacio (“El Señor esté con ustedes”, “y con tu espíritu”, etc.) hasta el “amén” conque se concluye el “Por Cristo, con él y en él; a Ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”).

En este segundo momento el elemento esencial es obviamente el relato de lo sucedido durante la última Cena de Jesús: la consagración.

Esta plegaria eucarística contiene elementos como:Se dice que el hombre de hoy está perdiendo, en alguna medida, su capacidad de admiración. Nos hemos acostumbrado a todo; casi nada nos admira ya, porque partimos del supuesto de que “todo es posible para el hombre”, y consideramos casi una ingenuidad la afirmación de lo imposible. Por otra parte, la naturaleza, para el hombre, ya no está llena de misterios; ha llegado a dominarla de forma increíble; sabe explicar sus secretos y dominar sus fuerzas. Su actitud frente a la naturaleza es de quien puede servirse, dominar y explotar; y no la de quien contempla y se admira. El hombre de hoy ya no escucha ni entiende el lenguaje de las cosas, sino que les impone su propio lenguaje.

Por esta actitud, el hombre no está dispuesto a aceptar fácilmente las cosas como don. Tendemos a pensar que casi todo podemos “exigirlo” porque responde a nuestros derechos, o nos corresponde porque es el fruto de nuestros méritos y de nuestras obras. Nos resulta cada vez más difícil aceptar el don, y dar gracias por el don, desde una conciencia de gratuidad del que inmerecidamente recibe. Necesitamos recuperar la simplicidad y sencillez de un niño para admirar y gozar del don.

Profundización en el sentido

Pero ¿porqué debemos necesitamos y debemos dar gracias a Dios? Sencillamente porque Dios nos ha creado, porque Él es nuestro pasado, nuestro presente y futuro; porque nos ha concedido el don maravilloso de su Hijo: “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo único” (Jn3,13).

· La plegaria eucarística como lugar y forma privilegiados de acción de gracias. En el sigo II toda acción celebrativa llamada “fracción del pan” recibe el nombre de eucaristía (que literalmente significa “una acción de gracias gozosa”). Precisamente en la plegaria eucarística tiene lugar el centro y cúlmen de toda a celebración; ésta es una plegaria de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en una oración y rendimiento de gracias, y se lo asocia a su propia oración, que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo a Dios Padre. La plegaria eucarística es una bendición a Dios, es decir, una alabanza y una acción de gracias. Este tipo de oración tiene su antecedente en la “bendición judía” o “Berakáh”, que era una oración de alabanza, frecuentemente rezada por el pueblo judío. Como buen judío, también Jesús pronunció este tipo de oración bendicional: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños...”(Lc10, 21). “Tomó luego el pan, y dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo” (Lc22, 19). La diferencia fundamental que existe entre el pueblo judío y el cristiano se refiere al contenido de la oración: los judíos bendicen a Dios por la liberación de Egipto, los cristianos centran su alabanza en la liberación salvadora de Cristo.

En sí, no es Dios quien necesita nuestros sacrificios, ni bendiciones, sino la misma Iglesia. La Eucaristía es esa gran escuela de pedagogía donde la Iglesia aprende por la ofrenda de su libertad y la experiencia de la gratuidad, lo que significa creer en Dios, “servir” a Dios, amar a Dios con el corazón agradecido. Dar gracias no es un gesto neutro sino que compromete.

· Elementos estructurales de la plegaria eucarística.Actitudes para la participación

Dar gracias por el don. Dar gracias a Dios es reconocer que Él nos ha dado y comunicados algo inmerecido, es aceptar que Él está cerca y próximo, se preocupa y comunica al hombre; es reconocer su bondad, su misericordia, su amor, su salvación. La actitud de agradecimiento es la mejor actitud para la plegaria eucarística.

Con respecto a la plegaria eucarística podríamos ver las dificultades más importantes que se perciben para participar en ella y comprender su sentido; descubrir cuáles son las actitudes que tienen los fieles, personal y comunitariamente, durante la plegaria. También podrían pensarse medio que se propongan para una adecuada participación durante este momento.

La comunión en el misterio
El hombre “está” con los demás y “es” con los demás. Nos es realmente necesario “estar” con los demás para ayudarnos y prestarnos servicios, para trabajar y convivir... Pero no nos resulta tan fácil el “ser” verdaderamente con los demás, para unir nuestras intensiones y deseos, para compartir la vida. Siempre hay una distancia entre mi yo y el yo de los demás, que no permiten la plena comunión. Y sin embargo, el hombre tiende desde su ser a la comunicación, a la unión. La experiencia de la separación, de la soledad es algo que teme el hombre, porque recorta sus posibilidades de realizarse como hombre. Podemos “estar” solos, pero no podemos “ser” solos. Detrás de la búsqueda de comunión con los distintos “seres” se ocultan las ansias de unión con el Ser absoluto.

Aunque vivimos en un mundo con apariencia de comunicación, convivencia y solidaridad, en pocas épocas como la actual, se ha sentido el hombre tan solo y perdido. Nos unimos en esfuerzos y trabajos, comulgamos en progresos y consumo; pero en la profundidad de nuestro ser nos sentimos, con excesiva frecuencia, divididos y solos. La comunión que buscamos no la hallamos. ¿Tienen algo que decir la comunión eucarística a esta experiencia humana? ¿Es la comunión una respuesta a la soledad, individualismos y división del hombre?

Profundización en el sentido
En este momento se pueden ver dos instancias sucesivas e íntimamente relacionadas:

a) Una primera instancia que gira alrededor del tema de la fraternidad cristiana. Está constituida por el “Padrenuestro” y por el rito del saludo de la paz. Es como una base indispensable para el momento de la segunda instancia, que será lo relativo a la comunión. Como si la liturgia quisiera recordarnos que para poder acercarnos a recibir al Señor hemos de estar en el esfuerzo de cumplir su mandato de amarnos los unos a los otros. También recordamos las palabras de Jesús: “Si al presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, vé a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt5,23-24).

b) La segunda instancia versa sobre la comunión propiamente dicha. Consiste entre lo que transcurre entre la fracción del pan (que va acompañada del canto “Cordero de Dios, que quitas el pecado...”) hasta el “amén” de la oración después de la comunión. Aquí conviene tener presente:Vamos a reflexionar sobre el significado de cada uno de los momentos.Actitudes para la participaciónEn relación con este momento de la eucaristía nos preguntamos ¿Se dan en nuestra comunidad las condiciones de reconciliación y fraternidad que hacen de la Eucaristía una celebración auténtica, desde el punto de vista evangélico y humano? ¿Tiene para nosotros, verdadero sentido el rito de la paz? ¿Cómo y cuándo poner en práctica este rito?

Ritos conclusivos
Son breves:Una de las acusaciones más frecuentes a la Eucaristía es que ésta aparece como separada de la vida de los cristianos. Celebramos la eucaristía pero la vida sigue igual. Todo sucede como si existiera una ruptura insuperable entre la existencia que vivimos y la liturgia que celebramos. Aunque teóricamente se afirme esta unión, en la práctica se afirma la desunión.

Dejando de lado el aspecto exagerado de la anterior apreciación, hay que reconocer que muchas veces celebramos la eucaristía como si no existiera la vida, y nos comportamos en la vida como si no existiera la eucaristía. Nuestra justicia y nuestra caridad, en muchos casos, no son precisamente un ejemplo de lo que celebramos en la eucaristía.

Es verdad que la eucaristía no transforma automáticamente la vida, ni garantiza la coherencia de las obras. Pero no por eso deja de ser un problema la tentación permanente de convertir la eucaristía en “rito vacío”, en “cumplimiento de un deber”. Nos falta algo así como el coraje, o quizás la capacidad de tomar absolutamente en serio aquello mismo que hacemos y celebramos.

Profundización en el sentido
Los ritos de conclusión de la misa son sencillos y breves. Después de un espacio de silencio para la alabanza y la acción de gracias (terminada la comunión), el sacerdote dice la oración conclusiva y, tras el saludo, bendice y despide a la asamblea. El sentido de estos ritos es que la asamblea vuelva transformada a la vida, para transformar la vida misma. De la vida venimos, con la vida celebramos, a la vida volvemos.

· La eucaristía celebra la vida. La eucaristía celebra la vida y es vida ¿Por qué?· La vida celebra la Eucaristía. Quien de verdad ha celebrado su vida en la eucaristía, no puede no seguir celebrando la eucaristía en su vida. La eucaristía transforma la vida, hace existir de modo nuevo lo cotidiano, sacándolo de su vanalidad, convirtiéndolo en signo, en canto, en fiesta. La eucaristía no cambia automáticamente la vida, pero, al celebrarla, la expresa de forma nueva, la hace existir de modo diferente. La eucaristía no es una añadidura a la vida; es la misma vida en signo elocuente y festivo. Celebración y vida están profundamente unidas. En el fondo se trata de la misma vida, pero expresada y vivida de diversas formas, que se complementan y necesitan para el pleno desarrollo de la vida cristiana.

· Las exigencias éticas de la eucaristía. La eucaristía no es una obra del hombre, aunque la celebre el hombre para el hombre; es más bien un don de Dios. Pero un don que se nos ofrece para ser acogido y encontrar la respuesta en el contra-don humano, que es la respuesta libre del hombre al don eucarístico. La acción de gracias que nos pide el Ritual no es solo la alabanza de los labios, es principalmente acción y compromiso. Toda celebración eucarística lleva consigo la exigencia de una respuesta que compromete:
Actitudes para la participación
Continuar la eucaristía en la vida. Para esto es preciso tener conciencia de la continuidad de la eucaristía en la vida. Ningún sacramento termina en su celebración. Así como debe haber un “antes” que la prepara, así también debe haber un “después” que la prolonga. Es necesario ser capaces de prolongar el sacrificio de la eucaristía en los sacrificios de la vida, en la ofrenda permanente del trabajo y el descanso, en la sinceridad de la justicia y la caridad.

Siguiendo esto que decíamos, nos preguntamos ¿En qué medida unimos nuestra vida con la celebración, y nos dejamos interpelar y transformar por la eucaristía? ¿Cuál es la causa principal por la que los practicantes tendemos a separar la eucaristía de la vida?


Por lourdes