Solidaridad (De Mamerto Menapace)
Por lourdes
  
Martes, 12/08/2025
Lo que es cuento no es un cuento, sino uno de mis primeros recuerdos como ecónomo de mi monasterio de los Toldos.

Terminados mis cuatro años de teología en Chile, regresé a mi monasterio, ya ordenado diácono. Mi Prior me destinó para acompañarlo en el trabajo de la economía del Monasterio. Al estar en pleno campo, se trataba mayormente de organizar y dirigir las tareas rurales. Fue una experiencia sumamente exigente. De las aulas teológicas de una monasterio, tuve que pasar abruptamente a tratar con todo un mundo nuevo que iba desde los linyeras a los estancieros, y desde los bancos a los peones. Y sobre todo, tuve que interiorizarme en el uso de las maquinarias agrícolas y en todo lo que se refería a laboreos, semilla, tiempos y cosechas. Pero la cosa me apasionaba y me fui metiendo de lleno en todo ese mundo nuevo.

Fue para mayo de 1966. Habíamos tenido una relativamente buena cosecha de maíz, pero por defecto de la máquina juntadora un tanto primitiva, casi un 15 % de las espigas no pudieron ser recogidas. No quedaba más remedio que hacer el trabajo a mano y para ello recurrir al sistema de concuñar. Esta palabrita significaba un tipo de trato entre le patrón y el obrero. No se pagaba sueldo sino que el trabajador se llevaba una parte de lo recolectado para su uso personal. Esto se debía a que las espigas caídas tenían sus granos en un estado que sólo servían para el consumo animal y no podían guardarse en los silos. Generalmente el arreglo solía se de mitad y mitad. Pero en nuestro caso necesitábamos el campo cuanto antes y quisimos ayudar a una familia pobre y numerosa de nuestra vecina tribu de Coliqueo, de apellido Colín. Conocía su apretada situación, y que le vendría bien aquello trabajo de concuñada libre, ya que el trata era que podría quedarse con todo lo recolectado.

Yo me imaginaba que al día siguiente los vería llegar a él y a toda su familia en sulky y carro para llevarse la mayor cantidad de maíz para sus gallinas y animalitos. Por eso fue grande mi sorpresa cuando por la mañana me encontré en la puerta del potrero con toda una caravana de sulkies, en cada uno de los cuales venían familias que querían aprovechar la oportunidad de concuñar libremente. Con esto, era claro que la familia Colín ya no podría aprovisionarse con la misma cantidad, y con ello quedaría perjudicada. Por eso me acerqué disimuladamente a mi amigo Colín y le pregunté quién había avisado a todas aquellas personas. Y me respondió con naturalidad que él mismo se había encargado de recorrer el vecindario para comentárselo. Cuando le expresé mi extrañeza, aclarándole que con ello él no podría recoger tanta cantidad como si lo hubiera hecho solo, me respondió convencido:

- Es que también ellos tienen hambre y necesitan maíz pa’ sus animalitos.

Tuve que reconocer que mis cuatro años de teología no habían logrado aún enseñarme lo que mi amigo, el indio Colín sabía por experiencia: que solo entiende el hambre de los demás el que la ha sentido en sí mismo.


Algunas preguntas para el trabajo en grupo:


Por lourdes