La 'buena' guerra, según Reino Unido.
Por sintesisdeprensa
  
Jueves, 29/03/2012
Hasta los enemigos declarados de Margaret Thatcher prefieren mirar hacia otro lado en el aniversario de la guerra de las Malvinas. Con la excepción de un par de músicos, como Roger Waters o Morrissey (a los que se han unido nombres de Hollywood como Sean Penn o Matt Groening), pocos se atreven a cuestionar la necesidad de la última guerra colonial del Reino Unido, y mucho menos a poner en duda el futuro de las islas bajo la Corona.

Mientras el príncipe Guillermo completa su más que simbólica misión de 'reconocimiento', mientras el todopoderoso destructor HMS Dauntless releva a la frágil fragata HMS Montrose en labores de patrulla, mientras un submarino nuclear (el HMS Tireless o el HMS Turbulent) toma posiciones en la zona, el 61% de los británicos se muestra a favor de proteger «a toda costa» el remoto enclave de 3.000 habitantes, 400.000 ovejas y 150.000 parejas de pingüinos 'reyes' a 10.000 kilómetros de Londres. Tan sólo el 32% se pronuncia a favor de una negociación con Argentina para una «eventual entrega» de las Malvinas, de acuerdo con un sondeo de The Guardian, que revela un mayoritario apoyo al primer ministro David Cameron en defensa de la 'autodeterminación' de las islas.

Recordemos lo que dijo Cameron, bajo el techo de la Cámara de los Comunes y a modo de salva premonitoria de la nueva guerra dialéctica:

«Yo argumentaría que lo dicho recientemente por los argentinos se parece mucho más al colonialismo, porque este pueblo quiere seguir siendo británico y los argentinos quieren otra cosa».
El argumento 'colonialista' (similar al usado en Gibraltar) encendió la pólvora definitiva entre Londres y Buenos Aires, a punto de celebrar el 30 aniversario del conflicto que costó 907 vidas en nueve semanas de trágica y lamentable historia.

A falta de un portaaviones que certifique la supremacía británica (hasta el 2020 no habrá uno en servicio), el helicóptero del príncipe Guillermo y el despliegue militar de estas semanas hablan por sí mismos. Aunque el epílogo llegará a mediados de junio, justo después del Jubileo de Diamantes de la reina Isabel II, con la llegada a Port Stanley del viceministro Jeremy Browne, máximo representante del Foreign Office para Suramérica.

El 78% de los conservadores (y el 54% de los laboristas) no quiere oír hablar de una salida negociada ni de la apertura de un diálogo con Buenos Aires. Y menos ahora que las islas viven un 'boom' económico por efecto de la pesca y del petróleo, la auténtica causa subterránea (en este caso, submarina) de tantas guerras. Cinco compañías —Argos Resources, Desire Petroleum, Falkland Oil and Gas, Borders & Southern Petroleum and Rockhopper Exploration— se disponen a explotar el filón de oro negro de las Malvinas. Más de 8.000 millones de euros se esconden en tan sólo uno de los campos en fase de exploración, el Sea Lion, al norte de las islas. «Es como aterrizar en la Luna», asegura John Foster, director del Falklands Islands Holding, con acciones en Falkland Oil and Gas.

«Los inversores son conscientes del ruido que está haciendo Argentina, pero hasta ahora no ha sido más que eso: ruido. A efectos prácticos, no ha tenido ningún impacto».
Sin miedo a futuras o pasadas guerras, las pequeñas compañías se están repartiendo ya el botín, mientras buscan grandes socios entre las grandes petroleras, que como mucho esperarán a que remita el ruido del aniversario y a que el príncipe Guillermo vuelva de sus aventuras prebélicas al reencuentro de Kate Middleton, ajetreadísima en su ausencia. La experiencia 'in situ' del segundo en la línea de sucesión ha sido impagable para volver a poner a las Falklands (perdón, las Malvinas) en el mapa sentimental del imperio británico.
Nadie quiere recordar a estas alturas que la propia Margaret Thatcher estuvo a punto de claudicar en 1980, cuando envió al ministro Nicholas Ridley al pedregal de Port Stanley para 'vender' a los entonces 1.500 vecinos locales un plan para que aceptaran el destino irremisible de la soberanía argentina. Los habitantes de las islas replicaron furiosos y dijeron que por nada del mundo estaban dispuestos a perder su nacionalidad británica.

A lo que Ridley respondió:

«Si seguís con vuestra intransigencia, os quedaréis solos ante el peligro. No enviaremos ni un solo barco con cañones». Dos años después estalló la guerra de las Malvinas.
Por Carlos Fresneda,
Corresponsal en Londres.


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